Tengo desde ayer el
libro Olvidé decirte que apagaras el
horno, del escritor palentino
Abbé Nozal (Paramofilms, Palencia, 2013). He leído la primera página, y una
lectura a lo Kennedy, más propia de un ensayo que de una novela, ya lo sé, pero
quería opinar aquí cuanto antes: tenemos escritores palentinos que se atreven a
publicar, a entrar en contacto con un público. Ahora bien, se requiere público,
hacen falta lectores. Aquí tenemos a Abbé Nozal, un escritor palentino en busca
de un lector.
La pregunta que se me ocurría al abrir el libro es por
qué razón un escritor iba a necesitar un lector. Lacan mostró que el auténtico
destinatario de una carta es uno mismo. También dijo aquello tan hermoso de que
uno recibe del otro su propio mensaje invertido. Es decir, interesarse por el
propio inconsciente puede llevar a algunos a hacernos partícipes de todo su
selva fantasmática, de todo su laberinto interior, de sus fuegos artificiales
de búsquedas y perdidas. Ocurre que si no se dispone de un intérprete que se apreste
a puntuar ese aluvión interior, la producción aumenta y se desborda sin límite.
De ahí que la función de un lector tiene su lógica: el
escritor esperaría así que el lector le interpretara. Y la segunda parte es que
se deje. Una vez pude comprobar las fuertes resistencias de una escritora a
reconocer que había escrito un novela autobiográfica, es decir, nos había
contado su historia, camuflada en los personajes, porque hasta introducía
elementos claros de su pasado. Sin embargo se negó tozudamente a reconocerse, y
lo más que obtuve fue su beneplácito generaloide a reconocer que todos hacen lo
mismo, lo que me hizo ver que no estaba dispuesta a leerse.
No sé si hay escritores que no se leen, que sólo
escriben. Algunos me han dicho que no se leen entre sí, que prefieren autores
no coetáneos, como si dialogar con Stendhal fuera incompatible con leer a
Garzo, por ejemplo. Desconozco si se interesan por ese libro que todos llevamos
dentro que es nuestro propio inconsciente, o si están cerrados a leerse, a leer sus sueños, a captar el
sentido simbólico de sus síntomas, de sus lapsus.
La verdad, se me hace difícil aceptar que los escritores no están cercanos a su
inconsciente, que vivan alejados de sus producciones sintomáticas o como el
conductista cotidiano, -seguro como está de que lo importante son las conductas
observables y cuantificables- terminen negando todo valor a la palabra y a las
formaciones del inconsciente.
El título de Nozal, un vecino ilustrado a quien seguimos
en su alma de artista libre, ya es muy significativo. Porque cuando alguien se
olvida de algo, desea olvidarse. Siempre.
Publicado en DIARIO PALENTINO el jueves 4 de abril de 2013
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