jueves, 31 de enero de 2013

Zurumbático





               Zurumbático



    Hay un momento del día en que a algunos, por las mejores razones, les aparece el démon de midi, es decir la pulsación melancólica, el momento melancólico de la jornada. Allí vienen las preguntas, qué hago aquí, para qué sirve lo que hago, qué sentido tiene mi vida...
         A veces no es en el día, sino en un momento de la vida, y entonces alguien como recién caído del guindo, llegando a una coyuntura singular de su existencia le da por plantearse para qué sirve lo que hace, su trabajo, por qué tiene hijos o por qué ama a su marido; y el desplazamiento del lenguaje ha hecho que se hable del démon de midi como el deseo de hombres maduros de vivir una aventura con una jovencita, justo en ese momento midi de su vida.
         Pero el instante diaro de para qué hago lo que hago es muy sintomático, mucho. Aparece esa tristeza, ese abatimiento, tan lastimero y pesado para los parientes. Un aturdimiento que es típico del pesimista, del triste, del portador de temperamento sombrío. Hay una palabra, que no conocía, que define al personaje: zurumbático.
         Es una palabra de insulto, ¡zurumbático!, que leí en un sorprendente Inventario general de insultos que me acaba de enviar un amigo. Al parecer viene del siglo XVIII, cuando Torres Villarroel lo utilizó, procedente del portugúes sorumbático, que viene de sombra.
         Y ahí llegamos a esa idea de la sombra buena y la mala sombra. Cuando llega esa espesa negrura de la que el melancólico no se atreve valientemente a desprenderse entonces todo es negro. Y esa sombra, aquí y ahora, en nuestra sociedad parece intentar quedarse a vivir.
         Podemos estar ante una gran epidemia social en donde todo el mundo tenga su démon midi y encuentre motivos en la crisis, en la marcha de los negocios, en la ausencia de expectativas para ingresar en las filas del zurumbático generalizado, ante la depre colectiva.
         Esa epidemia, al ser colectiva, puede colarse paso a paso, ser contagiosa, y reconocerse como algo normal, y mirar sorprendidos a quien no se muestra abatido, taciturno, pesimista, inmensamente desesperanzado, triste y zurumbático.
         Pues bien, la pregunta es si vamos a poder cargar con una masa social así, si el peso para quienes hemos decidido no retroceder frente al deseo propio puede ser tan grande que nos terminan echando atrás, y nos hacen ver lo bien que se está amurallados, refugiados, quietos, gimiendo, quejándose, en casa.
         Frente a los nuevos agoreros, el mejor ejemplo es el de esos jovenes que no dejan de estudiar, de soñar, de inventar, de tirar del carro. Huyen de la tentación zurumbática de la cobardía moral. Hacen bien.

Columna VECINOS ILUSTRADOS publicada en DIARIO PALENTINO el jueves 31 de enero de 2013. 

1 comentario:

Vicent Llémena i Jambet dijo...

Yo, señor Fernando, el momento de ser zurumbático me llegó a los 16 o 17 años y lo arrastré hasta los cuarenta, en el momento en que me respondí gracias al psicoanálisis las preguntas básicas que yo me había planteado en mi niñez y adolescencia, hoy, si muriera, no me preocuparía por mí, sino por la gente que dejo, el psicoanálisis me enseñó a aceptar mi muerte, que debe ser una condición para dejar de estar zurumbático, además también me respondió de forma ética o colectivamente y, sé que en la alegría de un solo hombre está la clave de nuestra regeneración, por milagroso, loco, idealista o descabellado que parezca.

Un abrazo de alguien que está alegre y que acepta de vez en cuando sus simas de tristeza, siempre llevaderas.

Vicent Adsuara i Rollan