miércoles, 26 de septiembre de 2012

Una inmensa minoría

Texto que me sirvió para presentar el viernes 21 de septiembre de 2012 en Casa Junco tanto la Revista Análisis como a Gustavo Martín Garzo.


Una inmensa minoría

Los lapsus son reveladores. Tuvimos uno en nuestra revista Análisis, 24, cuyo número hoy presentamos. Al transcribir la Entrevista que hicimos junto a Diego Martín a Gustavo en Valladolid y que publicamos, cometimos un lapsus poniendo en boca de Gustavo Martín Garzo una cosa que él no dijo. Es en la página 14, cuando ante nuestra observación de que en EEUU en 2050, se ha escrito que únicamente quinientos norteamericanos habrán leído Ana Karenina, GMG responde que él no es pesimista, que el mundo del libro no va a desaparecer, en sus palabras, lo cito, “se sigue necesitando y esa minoría es una minoría mucho más influyente, es aquello que decía Juan Ramón Jiménez de la inmensa mayoría”. Y ahí está nuestro lapsus: la inmensa minoría.

Nuestro lapsus se explica si se desprecia el significado de oxímoron. Inmensa casa mejor con mayoría, mientras que las minorías son sinónimo de poco no de inmenso.
Sin embargo es verdad que ser minoría no es ser menos verdadero.

Quizá hoy estemos aquí, esta inmensa minoría (que abarrota este recinto universitario, recinto que no se olvide, pertenece a la Universidad de Valladolid, Campus Universitario de Palencia, en el año en que se conmemoran los 800 años del minoritario Studium Generale o Universidad de Palencia, primera Universidad erigida en España y una de las primeras de Europa, la Universidad del Trivium y el Quadrivium-), estemos digo aquí con ese sentimiento de ser minoritarios.

Primero las gentes del libro y de la cultura, los poetas, los escritores, los editores presentes hoy aquí algunos. Minoritarios pero inmensamente necesarios.

Pero segundo, los psicoanalistas, minoritarios frente al americano conductismo, en expresión de GMG, minoritarios en su posición de dar la palabra al sujeto que nos visita en al consulta para que despliegue sus propios significantes, sus ideas, sus temores, sus recuerdos, la lógica que ha presidido sus decisiones en la vida, su particular forma de enamorarse y de desenamorarse.
Minoritarios frente a los que piensan que un niño hiperactivo tiene una lesión neurológica crónica y precisa de medicación y pautas, especie muy extendida y en la que hoy cree una mayoría de psicólogos y de asociaciones de padres, o frente a los que catalogan de depresión la tristitia, de la que por cierto esta mañana en Diario Palentino hablaba GMG con este titular periodístico minoritario: “Reivindicar la tristeza no es renunciar a la felicidad”.
Minoritarios porque frente al tómate la píldora y calla o al autoritarismo conductista de ‘sigua estas pautas sin rechistar’, los psicoanalistas seguimos el ejemplo freudiano de renunciar al poder de la sugestión para autorizar a quien se analiza a recorrer libremente los circuitos de sus historias y sus anhelos, libertad difícil de tolerar cuando el pensamiento mayoritario indica que hay que decirle al otro lo que tiene que hacer para ser feliz. Los psicólogos formados en ese pensamiento conocen, al parecer, de primera mano, los caminos de la felicidad.
Esta crítica a quienes han reducido el saber psicológico que emana de Freud y de su saber escuchar –recordemos uno de sus asertos inolvidables en la época del club del lexatin generalizado: “No hay medicamento más tranquilizador que unas pocas palabras bondadosas”– a ‘un conjunto de obviedades y recetarios apresurados’, por citar a GMG.

Esto es lo que de pronto nos ha unido. Un artículo titulado ‘nuestra pequeña mano’. Un artículo, una columna de opinión publicada en EL PAIS en septiembre de 2007 donde Garzo comenzaba así:  “¿Qué hemos hecho de la psicología? Aquella delicada ciencia que exploraba el alma humana y se preguntaba por el significado de nuestros sueños hoy día apenas es otra cosa que un conjunto de obviedades y recetarios apresurados. Atrás parecen haber quedado la insondable obra de Freud y su pregunta acerca de por qué nos perturban nuestros deseos…”

Los deseos nos perturban. Es cierto. Tanto como nos inquieta no tenerlos, habernos quedado inapetentes, secos, congelados, o si se quiere tan llenos, tan autosuficientes, tan pagados de nosotros mismos, tan completos y autoestimados, que no se encuentra el retorno a la posición de deseantes. Los deseos nos perturban porque no somos dueños de nuestros deseos. Podemos incluso llegar a querer y a pedir cosas que no deseamos.

Por eso la búsqueda de lo que realmente causa nuestro deseo es una larga tarea en un psicoanálisis. Nuestra pasión es saber algo más acerca de eso que precisamente GMG ha llamado nuestro ‘prodigioso mundo interior’. Y no es necesario rebuscar en el fondo del fondo de nuestros archivos secretos. Con Lacan sabemos que lo más escondido, lo más profundo de nosotros está justamente a flor de piel, en nuestro lenguaje. Nuestros enunciados y nuestra enunciación nos delatan, y por ello fijarnos en nuestros discursos, tanto en la intimidad, como en la vida social, escucharnos al pie de la letra lo que decimos tanto como lo que callamos debería ser lo que hicieran los psicólogos del futuro, por muy minoritarios que se encuentren, con el estilo que le es propio a cada quien, sin protocolos standarizantes, sin cuestionarios ni tests objetivantes. Sin reducir las dificultades que conllevan las conversaciones entre dos al ejercicio de un poder, tal y como Lacan recuerda que suele ser habitual entre los hombres.

Claudio Magris habla en El infinito viajar de cómo no retroceder ante la diversidad del viaje y que ese es el punto de la inmoralidad del viaje, cuando se clausura un viaje, -y un libro al igual que un psicoanálisis son formas de viaje-, cuando nos damos la vuelta, porque lo que aparece no es del orden de lo idéntico sino de lo diferente.

Así, con este número de Análisis, hemos querido plasmar la diversidad de voces de los lectores de Garzo. Los psicoanalistas, los escritores, los poetas, los profesores, los lectores de su obra han escrito tal y como han querido y han buscado cada uno un punto a comentar de esa su obra. Algunos han hecho un elogio y otros una diatriba, pero esta diversidad de voces, este Uno por Uno que tantas veces repetimos los psicoanalistas para expresar en la ciudad, una y otra vez, que cada uno de nosotros porta un tesoro de inimitabilidad, un hueso duro de roer, un núcleo auténticamente original y singular que hay que decodificar y no homologar ni clasificar ni exportar en serie. Eso esperamos haya de ser nuestra contribución al progresivo aumento de la atracción por la masa, el pensamiento único, la identidad única o el borramiento de las diferencias. Recordemos a Caetano Veloso y su ‘de cerca nadie es normal’.

Bien, Garzo es un escritor. Castellano. Psicólogo de formación, y profesión que ha ejercido durante unos años. Escritor y articulista, y poeta. Galardonado y reconocido.
El Premio Nadal de 1999 por su obra Las historias de Marta y Fernando fue el más conocido, pero recordemos que es Premio Castilla y León de las Letras por toda una carrera.
Es decir, como escritor Gustavo, como nosotros los psicoanalistas y como los lectores, tiene problemas con el amor. Y necesita fijarlo en la escritura. Como se recuerda en la Revista, en el artículo “Hacia Eva” de Luis Marigómez, Garzo ha dado muchas definiciones del amor a lo largo de sus libros, y muchas contradictorias. Una, ‘dos ladrones robándose’. ¡Dos ladrones robándose! Otra, en boca de un personaje de su novela La Soñadora, lo llega a calificar de cepo, de engañifa, de gran y soberano fraude.

¿Cómo hacemos para no enamorarnos? ¿Podemos evitar el dolor que nos produce el amor? ¿Sus parásitos? ¿Se podía evitar este encuentro con Garzo, entre un escritor que escribe ‘Nuestra pequeña mano’, un texto amoroso, se podía evitar ese un guiño hacia nuestra práctica cotidiana como continuadores de la obra de Freud y de Lacan? Se ve que no. Y que la consecuencia es esta Revista que hoy presentamos.

Una Revista que se proclama de psicoanálisis y cultura en Castilla y León, no ha podido sino contar con uno de nuestros portavoces, portavoz de la gente que se enamora y que sufre, que entristece, que ansía, que teme, -que como decía Unamuno ama, pace, se reproduce y muere- y que puede porque sabe ser portavoz del pueblo y poner blanco sobre negro el aliento del ser parlante.

Portavoz, como escritor, de una inmensa minoría que cree que leer transforma la vida y que leerse transforma al ser que sufre.


Fernando Martín Aduriz.
Palencia, Casa Junco. Presentación de la Revista Análisis, 21 de septiembre de 2012.








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