jueves, 1 de marzo de 2012

Carrera del ego triunfante


Así son las nuevas ofertas que pululan por el escenario: crezca, aumente su autoestima, entrene sus potencialidades, brille, camine hacia el éxito, aprenda a ser asertivo. Una carrera del ego triunfante generalizada es la oferta de los cursos para directivos, de las programaciones educativas con 'palabros' en inglés, de los consejos de consejeros y orientadores de todo plumaje. Un ego fuerte les hará superar las dificultades en la vida, proclaman.

Y claro tanto cursito trae como consecuencia un panorama imposible. Porque cuando se desconoce que el ego no es sino un síntoma más, un efecto, una construcción imaginaria, una fachada que a duras pena vela el edificio interior, lo que se obtiene como saldo es el tipo infatuado, el ególatra de turno, el narcisista que no se soporta o que está encantado de haberse conocido, el trepa a quien nadie le aparta de su 'brillante carrera profesional' y el orgulloso de la nada.

Tras tanto entrenamiento del ego, vistas sus consecuencias, se suele añadir al guiso unas gotas del inservible concepto de inteligencia emocional sazonado con la estúpida idea de que se puede enseñar a gestionar los sentimientos, vamos, un intento de remediar el desastre al que encaminan a gentes a quienes lejos de reírles la gracia, lejos de aumentarles su autoestima con ánimos mentirosos, habría que haberlos sabido mostrar dónde yerran y dónde está su posición subjetiva, y no retroceder en descompletarlos pese a su oposición, todo antes que masajear y masajear el yo.

A todos estos tipos, los sufrimos todos en cualquier oficina, y lo que es peor, en la intimidad de una convivencia de pareja que por momentos es infernal con alguien entrenado para sacar adelante sus objetivos, con alguien con un yo de capitán general con mando en plaza, y cuya vida entera está contaminada por ese ego triunfante: desde el porte hasta la pleitesía que reclama a cada paso.

Y los sufrimos porque un ego gigantesco es insufrible, sólo hay que ver cualquier encuentro social donde se estila el froti-frotta del ego, para ver cómo son grandes perdedores la humildad, la sinceridad, el reconocimiento de las propias fallas, la aceptación de los propios límites, el tomar distancia del ridículo diario a que nos conduce nuestro querido yo.

Lo curioso del caso es que esa cárcel que es el amor propio desenfrenado, encierra a Narciso en su laberinto y hace del ególatra un solitario. Rodeado de aduladores esclavos, eso sí.

Publicado en DIARIO PALENTINO el jueves 1 de marzo de 2012.

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