jueves, 5 de enero de 2012

INFLUENCIAS

Normalmente destacamos las malas influencias, y advertimos de sus peligros, pero quizá convenga detenerse en lo que representan las buenas. "Inspiración significa influencia" escribe Bloom en su Anatomía de la influencia, y añade, "quien te influye te está enseñando".
Hasta ahí vamos bien. El problema se complica cuando pensamos en la influencia de una obra sobre su autor. Es la autoinfluencia. Dejarse influir, en este caso, no es sino acomodarse a los propios movimientos, generalmente ignotos para el autor. Las malas compañías aquí son lo peor de cada uno, compañero infatigable de tarea durante toda una vida. Quizá no exista una peor mala compañía que la propia cuando ejerce sistemáticamente mal el arte de la influencia.

Pero desde luego lo que es un escándalo es la escasa influencia que educadores, padres, maestros, ejercen sobre sus educandos a la hora de transmitirles una buena educación junto a un deseo de saber. Ahí constatamos la creciente impotencia de la influencia de quienes tienen el poder de influir. En términos colectivos cosechamos por estos lares un suspenso en toda regla. Y lo peor es que los abandonamos, también, en manos de los mercados, para quienes la pasividad, la complacencia, la indolencia, la comodidad les viene perfecto para sus fines comerciales. Recuerdo que es el avance de una esclavitud consentida: consumir objetos como único objetivo vital. Un paseo por Libertad, de Jonathan Franzen, demuestra que la libertad es el bien amenazado cuando los que tienen que saber usar su influencia, y a la buena manera, no lo hacen.
Del libro de Harold Bloom, escrito ahora a sus ochenta años, me ha gustado mucho cuando diferencia la influencia que importa y la que no, por ejemplo cuando habla del efecto de Ulises sobre Finnegans Wake, vital, dice, para la literatura. Anecdótica entonces, añado, la influencia de los educadores actuales sobre los más jóvenes.
Publicado en DIARIO PALENTINO el jueves 5 de enero de 2012.

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