jueves, 16 de junio de 2011

El Alcalde, a la calle

La ciudad estrena Alcalde. Si pudiera aconsejarle una lectura, ésta: los enunciados de los vecinos, y su enunciación.
La afición adicta de nuestros representantes por el despacho podría esperar al menos un día. El primer día de Alcalde, a la calle, antes de ser contaminado por ese ineludible virus que lleva a tantos y a tantos políticos al encierro, en su versión histórica estudiada por Foucault, porque ni tan siquiera es un encierro a lo Bentham con panóptico incluido. Es como si esa burocracia de la que hablaba Max Weber atrapara en su circuito, y lo que es peor en su lenguaje: trámite, protocolo, plazos, recurso, reglamento...y poco a poco los Alcaldes van perdiendo el hábito de la conversación con sus iguales, con sus vecinos, a quienes supuestamente representan, para finalizar siendo parte del decorado administrativo.

Y cuando se quieren dar cuenta han sido devorados por los expertos en la política de las cosas y ya no practican la política de los sujetos, ni entienden que la gente tiene subjetividad, sentimientos, y no son sólo electores, o contribuyentes.
La mejor lectura, antes que sentarse en el sillón en ese primer día de Alcalde, sería leer los textos en forma de ideas, de sugerencias, de consejos, de relatos que podría escuchar si entra en algún comercio, si pasea por una calle, si se sienta a charlar en un café, y sin séquito protocolario, ligero de equipaje, sin más intermediario que ese malentendido que gobierna nuestra comunicación.
Un Alcalde que quisiera pasar sólo un día en la calle, uno, de los más de mil para los que ha sido elegido, un día en la calle, sería un Alcalde que no persigue el voto, ni la foto, ni el aplauso en una Inauguración o en una Entrega de Trofeos. Sería un Alcalde dispuesto a leer las opiniones sin intentar cambiarlas.
El otro día tras un encuentro con una ciudadana que había gritado ¡Viva la República!, el Príncipe heredero finalizó la conversación espetándola que ella ya había conseguido su minuto de gloria. Esa intervención denota que el heredero se cree ser el símbolo, cree ser importante per se, hasta el punto de proclamar un enunciado a lo Narciso: estar hablando conmigo es como tocar lo sublime, la gloria. Su bisabuelo paró una tarde en Villamuriel y habló con una vecina, pero no rubricó que había vivido su minuto de gloria, esas cosas no se dicen.
Un Alcalde en la calle puede saludar a los vecinos, o pararse a escuchar. Si saluda solamente, estará bien. Si escucha, demostrará no tener miedo en asumir su ignorancia.


Publicado en DIARIO PALENTINO el jueves 9 de junio de 2011

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