martes, 9 de noviembre de 2010

¿Quién fracasa? (I)

Ponencia en II Encuentro El Otro Niño. Vigo, 6 de noviembre de 2010. (Primera Parte)
El fracaso escolar es el fracaso de la escuela como institución social y no sólo de los alumnos que fracasan. Trataré de argumentar esta tesis en diez puntos.
1. Un alumno puede fracasar. Juan Benet, el novelista autor de Volverás a Región, padre de muchos de los novelistas actuales, situó este axioma en una entrevista. La Constitución debía decir, simplemente: «Artículo único: el Estado español garantiza al español su derecho al fracaso»[1]. Ahorraría muchos disgustos aceptar el fracaso como escenario posible tantas veces en nuestra vida. Quien no acepta el fracaso y pretende el éxito full time paradójicamente se topa con el fracaso de haber dedicado una vida a triunfar sin comprender del todo el proverbio chino que reza, ‘cuando escuches los aplausos del triunfo resuenen en tus oídos las risas que provocaste con tu fracaso’. Uno, éxito, no puede darse sin el otro, fracaso, cual Fort-Da del niño freudiano. Freud en un texto no muy citado defiende el derecho del alumno de secundaria, a detenerse: «La escuela nunca debe olvidar que trata con individuos todavía inmaduros, a los cuales no se puede negar el derecho de detenerse en determinadas fases evolutivas, por ingratas que éstas sean».[2]
2. Freud reconoce un tipo de carácter descubierto en la labor analítica, los sujetos que fracasan al triunfar[3]. Dice de ellos que cuando satisfacen un deseo largamente acariciado entonces comienzan a fracasar. Pone ejemplos clínicos que muestran que cuando sustituyen a un anciano en su puesto, o cuando consiguen un propósito, entonces se derrumban. Freud dice que el yo tolera un deseo mientras es una simple fantasía, pero no cuando «amenaza convertirse en realidad». Lo llama «tendencias enjuiciadoras y punitivas que aparecen, muchas veces, donde menos esperábamos hallarlas». Este rehusarse al éxito, o dejarlo a medias o echarse en manos del tranquilizador fracaso encajaría con una serie de niños y adolescentes que aún cuando presentan todas las condiciones para el éxito se abrazan al fracaso como terapéutica que evita ora la mirada del Otro, ora el juicio denigratorio de los pares ora la competición con hermanos, padre o madre.
3. El éxito es colectivo, nunca personal. El fracaso es colectivo nunca personal. Sin el concurso de los otros no llegaríamos a nada. Nos necesitamos los unos a los otros mucho más de lo que demostramos cuando alardeamos de nuestros éxitos, que son societarios, tanto en la vida profesional, como en lo deportivo como en la vida política. Del mismo modo el fracaso de un alumno es el fracaso de todo un sistema pedagógico-social. Y los que triunfan en el sistema educativo lo hacen merced a la dedicación que se les presta en detrimento de otros que requieren de mayor dedicación y medios. Por eso el concepto de escuela cooperativa que apuesta por el crecimiento colectivo es más verdadero y más ético, en el sentido de virtuoso.
4. La escuela como institución ha recibido muchas críticas desde su implantación. Señalemos las de sobrevalorar la enseñanza de conocimientos e infravalorar los aspectos educativos. La de alentar la competición de unos con otros y no la cooperación, viendo el saber como una conquista y no como la plataforma de la que todos nos podemos beneficiar. La de vivir a espaldas del cambio social. La de no dejar penetrar en sus muros la ciencia. La de repetir y no innovar. La de usar materiales didácticos permanentemente obsoletos. La de no coeducar y acaso segregar por sexos. Todas esas críticas alentaron reformas, movimientos de renovación pedagógica, experiencias originales como Summerhill. Incluso el movimiento de homescholling, padres que educan a sus hijos en casa. Pero nada de eso ha servido para un cambio de la institución escolar en su conjunto, salvo experiencias muy elogiosas. La escuela erre que erre ha seguido sempiterna con cambios a lo Lampedusa, que las cosas cambien para que todo siga igual, y la mejor definición la aportó Moncada, sociólogo, en su genial El aburrimiento en la escuela, cuando expresó muy gráficamente este fracaso de la escuela en el cambio: si un maestro del Madrid de los Austrias resucitara se llevaría un buen susto al comprobar los aeropuertos o cualquier otro avance, pero se tranquilizaría mucho si penetrara en un recinto escolar, que permanece prácticamente igual dos siglos después, tarima, tiza, pizarra, pupitres, silencio, machadiana monotonía de lluvia tras los cristales. No hay institución más impermeable a los cambios, ni arquitectónicos, ni didácticos, ni de modificación de agrupamientos, ni de tiempos y calendarios, ni de invención de nuevas figuras de transmisión del conocimiento, ni de apertura al exterior, ni de nuevas formas de evaluación que la institución escolar, primaria y secundaria. Por reforzar hasta se han reforzado microinstituciones escolares denostadas como la horrible de los deberes, que son la estrella moderna, el significante más repetido por las madres del siglo XXI: ¡deberes!, ¡le ponen muchos deberes!, ‘no me hace los deberes’.
5. Segregar por competencia socio-económica ha sido un cuadro muy singular en la institución escolar. Reflejo de una sociedad de clases bien diferenciadas, ha usado de distintos mecanismos para este objetivo inconfesable de ser correa de transmisión de la organización social dominante y no de agente del cambio social. Mecanismos zafios en unos casos como el de separar por modos de vestimenta, el de diferenciar puertas de entrada, como otros más sutiles como la diferencia de trato y de castigo y premio. Pues bien, es evidente que el fracaso escolar golpea mucho más a alumnos pertenecientes a los estratos inferiores de la pirámide social.


[1] BENET, J., “Humor y fracaso”, en Cartografía personal, Cuatro Ediciones, Valladolid, 1997,p. 143.
[2] FREUD, S., “Contribuciones al simposio sobre el suicidio” (1910), en Obras Completas IV, RBA, Barcelona, 2006, p. 2416.
[3] FREUD, S., “Varios tipos de carácter descubiertos en la labor analítica” (1916), en Obras Completas IV, RBA, Barcelona, 2006, p. 2416.

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