domingo, 24 de octubre de 2010

Parásitos amorosos

No somos tan habitados por cuerpos extraños como cuando vivimos el lance amoroso. El enamorado/a, cohabita con pequeños chupópteros, con una suerte de suaves parásitos que viven de la buena calidad del amor -cual ciudadanos que gozan del esfuerzo que hacen otros por sostener la ciudad, ahora que la nuestra, Palencia, se demuestra sostenible y recibe laureles.
Parásitos que se alimentan del afecto amoroso son el chantaje, tipo 'o haces esto o ya no te amo', 'para mí, caes', que se decía. Parásitos son el reproche, en sus múltiples versiones. Son la culpa, que mejor ni tocarla. Son el estilo de propietario/a, 'tú eres mío, y punto, cariño'. Son el empuje narcisista, con la adoración de las formas externas del cuerpo. Es un parásito permanente el genial anverso del amor, el odio, que acompaña fielmente la vida de los amantes, agazapado en los inicios, explosivo en la ruptura. Son la sospecha y la desconfianza. Son las certezas soberbias, como la de que se puede amar más y mejor, frente a las humildes dudas, que aconsejan templanza. Es un gran parásito el recelo. Y son extraordinarios parásitos del amor, inasequibles al desaliento, por supuesto, ellos, los celos.
Ahora bien, ningún parásito amoroso más persistente que el de la repetición. Los enamorados no aceptan que el amor puede caducar. Erre que erre, día tras día se persigue repetir, subir al tiovivo del placer persistente. Insinuar que el amor puede ser un instante, un don de la vida, insinuar que hay muchos otros seres maravillosos en el mundo más allá del amado/a es como mentar la bicha. El 'automaton' amoroso no admite paradas, de ahí el mortal aburrimiento, como lógico desenlace amoroso.
La cuestión es saber si se puede vivir un amor sin tantos parásitos, o al menos si se les puede tener a raya. Puesto que pernoctan en toda clasificación amorosa, en el amor-pasión, en el amor cortés, en el amor clandestino, puesto que están en la historia, en la literatura, en la vida de las ciudades, a ver quién es el guapo/a que dice no haberlos visto nunca. El lector entenderá también que nuestra vida política, que nuestra vida social, que la relación con nuestros amigos tampoco está exenta de estos bichos tanto en nuestros tratos y pugnas, como en la elección de nuestros ídolos. El lector intuirá asimismo que desparasitarse haría más llevadera la existencia. Que un amor menos contaminado sería más sostenible.

El lector, como el columnista, callan. Y leen.

PUBLICADO en DIARIO PALENTINO, en la Columna semanal VECINOS ILUSTRADOS el jueves 21 de noviembre de 2010. Ver: http://www.diariopalentino.es/


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