jueves, 14 de octubre de 2010

El qué dirán


Pocas instituciones-figuras son tan malévolas como ésta del "qué dirán". Y con el tortuoso añadido de que tiene una parte benévola, social, civilizadora.

Vivir pendientes de los comentarios, opiniones y miradas de los otros es un vivir muy constreñido. De cuyas consecuencias se sabe muy bien en las pequeñas capitales de provincia, que dirían los de la capital del Reino, donde el ahogo puede ser infinito, el margen de maniobra para la libertad reducido a cero y la creatividad, la espontaneidad y la diferencia grandes damnificadas de esta tradicional figura del qué dirán.

Pero claro, ocurre que sin tener en cuenta a las opiniones de los otros, sin calcular sus reacciones, sin descontar sus pareceres, es imposible vivir en sociedad, convivir, tener proyectos en común, aguantarse mutuamente si se quiere. Y sin pandillas, sin compañeros de viaje, sin colegas, sin vecinos, estamos perdidos.

¿Cómo encontrar la fórmula para que podamos respetarnos sin entrometernos, ayudarnos sin juzgarnos? ¿Cómo poder olvidarnos del chisme, de fisgar, de cuchichear?

Tenemos múltiples testimonios de gentes que añoran el 'qué dirán'. Sus vidas en grandes ciudades, perdidos en la gran ciudad, hace que nadie hable de ellos, que a nadie le importe lo que hacen, mientras no moleste, y que no sienten en el cogote el aliento del otro. Esos testimonios recuerdan la vida en los pueblos en los que todos se conocen. En Palencia solemos decir esa gran mentira de que 'aquí nos conocemos todos', cuando para empezar cada uno de nosotros mantiene graves secretos para si mismo, cada quien ignora a Sócrates cuando recomienda conocerse a si mismo. Ser un gran desconocido en la gran ciudad, es por otro lado el anhelo de quienes huyen del fuego de las miradas de los vecinos del 'qué dirán'. Se suele argumentar así: 'vamos allí que no nos conoce nadie'.

Quizá todo este asunto no sea sino el resultado de esa pasión por la ignorancia que es tan cara al ser humano, esa afición eterna por no saber, empezando por no saberse. Pero lo cierto es que un poco de moderación vendría bien, es decir no invadir tanto con los juicios de unos sobre otros, y sobre todo no invadir la privacidad del de al lado con la mirada, ese arma letal en manos del que a falta de otros placeres usa de la pulsión escópica, de la mirada que taladra, del fisgar. Las miradas dicen mucho. Algunas matan.   

Publicado en DIARIO PALENTINO el jueves día 7 de octubre de 2010.

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