martes, 28 de septiembre de 2010

Dorsoduro

A veces tardamos más de la cuenta en darnos cuenta del porqué nos atre determinado lugar. Es mi caso con Dorsoduro, el sestiere de Venecia. Ocurre que se encuentra justo enfrente de dos de los lugares más poblados, San Marco y Rialto, a escasos mil metros, y que eso mismo oí decir desde niño de Palencia, que estaba al lado de otras ciudades más grandes y pobladas, pero que nuestra ciudad era muy pero que muy tranquila para vivir. El bullicio y los turistas a un lado, el paseo y el sosiego al otro. La industria y el futuro a unos Kilómetros de Palencia, allí, y a nuestro lado el campo y las piedras, la gloriosa historia, aquí.
Observando estos días en la Galeria de la Academia, en pleno Dorsoduro, un cuadro de Canaletto, 'Perspectiva con pórtico', de pronto vi a Palencia en el Dorsoduro, una mezcla de varias ciudades en una, como ese cuadro que alberga muchos cuadros en un cuadro, Dorsoduro tiene dentro todas las ciudades, el ajetreo y el silencio, las dudas y las certezas, el pasado y los futuros. Es una Palencia en su particular encrucijada.
Las leyendas del Dorsoduro tienen elementos comunes. Una dice que Casanova sigue vivo en el alma de algún veneciano, o que directamente no ha muerto. Otra que en la punta del barrio, junto a Santa María de la Salute, puede intuirse el dragón que anida en la laguna. Cuando leía o me contaban estas leyendas trataba de traducirlas al ámbito de nuestra ciudad. Si nuestro Gran Canal es la Calle Mayor, y nuestra Piazza, es nuestra Plaza Mayor, debemos de tener escondido en algún sitio nuestro particular dragón, enfurecido otrora en las riadas de los sesenta, y ese fondo de tristeza inoculado desde siempre por esa jugada del destino que fue perder tan pronto nuestra Universidad.
Otra leyenda veneciana dice que cuando Napoleón devolvió tras el saqueo los caballos que de siempre habían pertenecido a la ciudad ya no tenían los ojos brillantes, y que desde entonces salen a la noche a buscarlos. Hay ocasiones en que pienso otro tanto del espíritu de nuestra amada Pallantia, que nos asegura década tras década lo que el aserto de Oscar Wilde, cuando exclamó que unicamente los modernos quedan atrás. Quizá nuestras piedras, nuestro Bolo de la Paciencia mejor que ningún otro, estén ahí para algo. Quizá sean nuestro mejor futuro. A poco que rebajemos nuestros humos y no pretendamos ser San Marco sino Dorsoduro.  

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