martes, 23 de febrero de 2010

Celos y destino

El celoso, masculino o femenino, sufre cuatro veces al decir de Barthes: porque está celoso, porque se reprocha estarlo, por su temor a herir al otro, y por vivir bajo esa nadería. Es verdad, los celos no son nada, irreales como el arco iris, imposible -afortunadamente-, de ser evaluados. Pero pese a que no existen, pues son nada, se portan, se sufren y se sobrellevan, cada quien como puede. Son tan universales que su ausencia es indicativa de que algo no va muy bien en nuestro amigo cuando nos confiesa que él nunca ha sido celoso.

En la vida política, en la ciudad, los celos en parte han conducido a ese invento que se llama protocolo. En la vida profesional forman parejas irreconciliables ora en la literatura, ora en la abogacía. En el deporte son muy divertidos cuando los periodistas detectan esos celos y martillean a preguntas a los protagonistas como esos tiburones financieros oliendo sangre en las finanzas maltrechas de algún Estado. Los celos entre adolescentes dejan herida de apertura retardada.

Pero es en la vida amorosa, en las relaciones de pareja, donde la cuestión se pone, no obstante, más seria. Aquí no hay bromas, y así, frente al celoso normal, ese que duda si su 'partenaire' le prefiere o prefiere a otro/a, está la estirpe del celoso patológico, que por desgracia inunda la crónica negra. Porque el celoso patológico no duda, tiene certezas. Y ya se sabe que ese terreno, el de las certezas, es el más peligroso, pues no hay argumentos que valgan, ni consideraciones razonables, ni consejos bien intencionados de unos y de otros. Quienes se encuentran así fundamentados en el axioma celoso necesitan pasar a la acción violenta, y recuperar algo de lo supuestamente perdido, incluido su deseo. Tipos que desesperan a quienes con buenismo quieren reconducir con monsergas o cursillos. Los celos aquí no son sino la punta del iceberg de un edificio muy frágil. Y su destino es conocido.

Pero hay un destino distinto, una posibilidad de rectificación al celoso cotidiano dubitativo. Es posible encontrar el lugar que ocupa ese montaje en la propia arquitectura deseante, en la propia identidad, incluso la coyuntura histórica personal en que nacen.  No es que desaparezcan los celos. Es que debemos hacerles soportables, compatibles con las relaciones tanto familiares como sociales. Por el bien de la convivencia. Y de la ciudad.

 Publicado en DIARIO PALENTINO el jueves día 18 de febrero de 2010.  

4 comentarios:

Anónimo dijo...

En los adolescentes...herida de apertura retardada... me intriga esa frase, ¿qué quiere decir? gracias
mar

Anónimo dijo...

En los adolescentes...herida de apertura retardada... me intriga esa frase, ¿qué quiere decir? gracias
mar

FERNANDO MARTÍN ADURIZ dijo...

El complejo de bogavante dice Dolto: los adolescentes en plena muda sufren heridas y tras la muda, como el homard, luego no se ven, pero están dentro. Y salen tarde o temprano los efectos de las heridas mal cerradas. La exclusión, el sentirse abandonados, la intromision de un tercero en la vida de un amor adolescente tiene sus consecuencias.
Pero una frase intriga siempre a quien tiene la solución a la intriga, por las mejores razones subjetivas.

Anónimo dijo...

No me gustan los celosos