jueves, 14 de enero de 2010

El favor


Están los que no pueden hacer jamás un favor, y están los que se pasan el día haciéndolos. Y luego están también quienes son especialistas consumados en librarse de hacer favores a nadie.

El favor hace furor entre los oblativos más obsesivos, aquellos que no pueden ver la falta en el Otro, y cuyo frontispicio lleva en letras gruesas la expresión 'todo para el Otro'. Su entrega es tal que resulta sospechosa, pues no es creíble que por hacer un favor sean capaces de consumir su tiempo hasta extremos imposibles de argumentación, entrega que resulta sospechosa tanto para el desconfiado cotidiano como para el buen psicopatólogo. Para quien siempre hizo del hacer favores a los demás lo esencial de su vivir, la estrategia es clara: suplicar para que se les pida.

Pero hemos de cuidarles pues son especie a extinguir. Y así, el favor es un bicho hostil creciente. Dedicar tiempo a los demás es un imposible para cada vez más gentes, tipos que enferman si tienen que hacer un favor. Y de entre ellos, los peores son quienes, encima, publicitan su efímera gesta.

Los que hacen favores son imprescindibles porque enfrente tienen a quienes siempre ponen excusas para no hacer un favor. Si me lo hubieras dicho unos días antes, ya me gustaría poder ayudarte, ahora me es imposible, no tengo tiempo, pídeselo a otro, son algunas de las recetas que tienen más a mano estos artistas de la evitación del favor.

Pero los temibles de verdad son aquellos expertos en cobrar los favores, quienes tarde o temprano vienen con la factura, demostrándonos que tanta gentileza en su día no era sino producto de un cálculo de siembra para recoger más tarde. De estos entonces hay que huir. El intercambio de favores no es la finalidad, no es eso.

Viene todo esto de los favores a cuento de una queja muy escuchada, la del creciente individualismo que apunta hacia una transformación profunda del lazo social. La ausencia de preocupación por los demás, la búsqueda permanente del propio goce, el tiempo destinado al cultivo del propio cuerpo, y del propio huerto -a lo Rousseau-, el encierro egocéntrico, el desencanto por lo colectivo, el fin de la gran familia, todo ello apunta a un cambio social sin precedentes, a un panorama de segregaciones, de nuevos campos de concentración cuyas celdas unifamiliares y adosadas nos devuelven a un inédito aislamiento en la historia, y al fin de la figura del favor, entre otras bajas.

Publicado en DIARIO PALENTINO el jueves día 14 de enero de 2010.

1 comentario:

Anónimo dijo...

Me parece, caro amigo, que no ayuda a descomponer esta ola de egoismo antisocial la disminución del número de hermanos en las familias y menos las familias sin hijos o las que tienen a los hijos divididos. En los años venideros los hijos únicos, sin espacios de socialización más allá de la escuela, expulsados de las calles y atropellados continuamente en las autopistas de la información van a protagonizar un cambio importante en el plano social, que si no es de las relaciones no es nada. Esto se va a poner muy aburrido.
Santi.