Tras ver la última de Amenabar pensé en traspasar el argumento de la película ambientada en Alejandría al escenario de nuestra ciudad, Palencia. Una imagen no cesa de insistir desde entonces en mi cabeza. Es una historia que relata el escritor húngaro Sándor Márai en sus 'Diarios. 1984.1989'. La obtiene de un libro sobre la vida cotidiana de los etruscos, civilización que según Márai se dedicaba a usar todo el ingenio humano en idear torturas al cual más crueles. Un monarca etrusco, señor de Caere ataba a los presos a cadáveres, pero cara a cara dejándoles así, vivos, hasta pudrirse junto al muerto.
La parte más viva, en personas, en jóvenes, en ingenio e iniciativas de la ciudad de Palencia parece condenada a vivir atada a la firme decisión de la pulsión de muerte de todo un sector de ideas y gentes empeñadas en la repetición, esto es, empeñadas en que nada se mueva y todo lleve el marchamo de lo mortal, incluso de lo mortalmente aburrido de una atmósfera mortecina.
La inspiración sólo parece ser obligatoria para unos pocos, así como la inventiva. El resto ha decidido montarse en el autobús y esperar que otros conduzcan. Apacibles, en su cotidiano confort, deseosos de que todo siga igual, esperando la muerte lenta sin cuidados paliativos para toda una ciudad, lo grave no es que gocen de la repetición del trayecto, no, es que no dejan la más mínima variación en la ruta. El peso de la mirada de control de los segundos sobre los primeros es tal que demuestra lo acertado de la metáfora de Márai: ambos se encuentran encadenados.
Lo vivo de nuestra ciudad se encuentra atado a lo más mortecino. La salida de los más jóvenes es vivir en otra ciudad, expectativa asombrosa que los más viejos apoyan: ¡no te quedes aquí, que no hay futuro! Y la inmensa mayoría de los padres saben que cuando sus hijos universitarios salen de casa ya sólo volverán al ritmo de la música del anuncio, a casa, por navidad.
En unas décadas, salvo que se haga algo, nuestro Ágora será un museo. Toda la ciudad un museo donde se conserven los objetos de otra época. Y la 'biblioteca palentina de Alejandría' puede que no sea destruída, sino conservada como se conserva aquello que nos recuerda el tiempo que nunca más va a volver. Desconozco cómo librarnos de los agoreros que hablan de una ciudad dormida a la vez que se niegan a despertar ellos mismos. Lo sorprendente es que no queramos ver nuestro destino a lo Caere.
Publicado en DIARIO PALENTINO, el jueves 15 de octubre de 2009.
Publico a continuación los comentarios de la edición digital:
1 comentario:
Yo entiendo la posición de los que están sentados en sus poltronas. No le interesa ningún cambio, es razonable, aunque lamentable. No son capaces de aprovechar una posición en la que pueden sacar lo mejor de sí mismos.
Pero no entenderé nunca la comodidad de todos nosotros, el aburguesamiento que nos mantiene en una situación que no deseamos.
Publicar un comentario