lunes, 14 de septiembre de 2009

La sorpresa

Cada comienzo de año que es septiembre se busca lo nuevo. Y el cambio, tanto en lo personal como en lo social. Pero suele hacerse con la boca pequeña, y durar poco. La inercia, la rutina, lo de siempre, lo de cada año, inunda y nos da la certeza y la confianza necesaria para no buscar lo imprevisto. La sorpresa viene a ser así la gran perdedora año tras año.

Y así, toda una vida puede ser enteramente previsible, enteramente repetida. Si repasamos lo que hicimos el curso pasado poco nos vamos a desvíar, y por si acaso ya afilamos nuestras defensas para huir de lo sorprendente.

Frente al riesgo de la sorpresa está el riesgo del aburrimiento. Éste último es mortal de necesidad, pero es familiar. Mejor aburrirse que innovar. El cambio personal, social, se pospone así 'sine die'. Y toda la organización se establece para que 'todo esté calculado y organizado y no dejar nada a la improvisación'. Se huye de la sorpresa, del acontecimiento imprevisto como de la peste.

En realidad no hay nada más vivificante que arriesgarse a vivir nuevas experiencias, a deslizarse por nuevas sendas, a inventar. El pulso que nos mantiene enganchados a la vida precisa de lo nuevo, de lo diferente, de lo no esperado. Lo sorpresivo es saludable tanto como temido.

Los amantes del piñón fijo verán todo esto como una afrenta a sus eternas previsiones de actividades rigurosamente planificadas desde tiempos inmemoriales. O peor, como un divertimento. Pero no es una gracia. Es rigurosamente algo a incorporar en nuestras organizaciones, a exigir a nuestros políticos, a demandar a los agentes educativos, a implorar a quienes nos rodean con más cariño: máximo amor a la sorpresa y mínimo corsé organizativo.

La sorpresa despierta. Y aunque se sabe lo que gusta dormir, vegetar, y esperar lo esperable, una mínima mirada al tedio en que transcurren las vidas privadas, las celebraciones familiares, las instituciones educativas, las asociaciones culturales y el pulso político en general, aconsejaría dar una oportunidad a quien proponga un programa que mime la sorpresa, que organice las cosas para que sea posible que surja lo imprevisto.

Al fin y al cabo quien más y quien menos tiene la experiencia cotidiana de soñar. Y un sueño siempre es sorprendente. A no ser que se haya conseguido domesticar y controlar también la vida fantasmática, los deseos más íntimos, viejo sueño de los que nunca dieron valor a la vida onírica.


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