miércoles, 20 de mayo de 2009

Defender la alegría



 

¿De qué? ¿De quién? Benedetti nos dio su lista en ese hermoso poema, muy popularizado por Serrat. De la lista del poeta, hay algunas cosas sorprendentes. De todas, la que más me llamó la atención fue el verso final: y también de la alegría.

Lo entendí como aviso para navegantes: nada de estar alegres cuando no toca, cuando el dolor de los otros nos debe doler. Nada de excesos por tanto. Defender la alegría, también de la alegría misma.

Pero el resto del poema tampoco tiene desperdicio. Defender la alegría como una bandera, como una trinchera, como un destino, como un principio, como una certeza. Como un derecho. El derecho a estar alegres debería pesar lo suyo en medio del triste espectáculo de la rutina, y tiene razón Benedetti cuando reclama defender una certeza: la defensa de la alegría no admite la duda. Porque la alegría no se negocia. Simplemente se hereda de algún familiar, de algún amigo, de un Otro que supo mostrarnos cómo poner al mal tiempo la cara correcta. Y luego, la alegría que  se contagia a otros.

Defender la alegría de la obligación de estar alegres, escribe el poeta. Cuando nos medican contra la tristeza creyendo que la depre se cura con pastillas, bien viene recordar, que hay que respetar los tiempos y los modos de cada uno, y las contingencias de la vida. Especialmente en esta época en que no hay nada que no lleve el subtítulo del significante ‘disfrutar’. ¡Hay que disfrutar siempre y en todo momento! Da igual que sea nochevieja o un cumpleaños, un viaje o un baile, una aventura o una reunión. Disfrutar y disfrutar. Disfrutar. Pues no. Nada de lo obligado alegra. Nunca.

Defender la alegría de los canallas. ¡Qué verdad! Los perversos, reyes en el arte de ponerse todo a favor, y del uso indiscriminado de coartadas perfectas, saben muy bien cómo manipular al otro, saben muy bien cómo usar de la alegría para obtener su propósito, para sacarnos ventaja.

Defender la alegría de las ausencias transitorias. O al menos así nombramos a los amigos que nos abandonan, cuyo hueco aún nos duele, mientras confiamos en que todo haya sido un mal sueño y que el malentendido se arregle. Así nombramos a los amores imposibles, y a los que, aún posibles, nos dan miedo. Y así consideramos las distancias que hay entre nosotros y los nuestros, en la diáspora palentina, entre nosotros y nuestra pareja, y viceversa. Y lo que es peor, entre nosotros y nosotros mismos, hiancia tan extraña como crujiente. Entre tanta ausencia provisional, que defendamos la alegría es una brújula maestra.

Defender la alegría de las ausencias transitorias y...de las definitivas. Por eso, hoy, ante la ausencia definitiva de Mario Benedetti, rota la esquina en esta primavera, defender la alegría es un buen programa para el vecino ilustrado. 

1 comentario:

pp@dsuar dijo...

A veces, uno encuentra una página por casualidad y, por casualidad lee una entrada. Ésta me ha encantado. Defender la alegría es un derecho y un deber. Una norma de vida, que desgraciadamente, olvidamos con frecuencia. Saludos.