jueves, 12 de febrero de 2009

Historia de un letrero



 

Un amigo me envió una historia. Un breve cortometraje. Es de ese tipo de historias que permiten múltiples lecturas a la vez que emocionan al tocar en lo que se conoce como la fibra sensible. Y además es de agradecer que existan relatos, es decir, historias que digan algo, que impliquen un mensaje, en el momento de la clausura de los macro relatos. Fue hace un tiempo y aún no he podido quitarme de la cabeza esta historia.

Un mendigo pide limosna. Alrededor todo aparece en calma en esos días brillantes, con pájaros, parque, fuente, niños y personas que pasean con tranquilidad. Un joven, portando un maletín y gafas de sol, se acerca al mendigo y pasa de largo. El mendigo se hace acompañar de un bote para echar las monedas, y de un letrero. Escrito a mano en un cartón aparece escueto el siguiente reclamo: “Ten compasión, soy siego”. No parece tener mucha suerte, y la compasión no aparece en demasía. El día va transcurriendo despacio para el mendigo.

Este cartel me llevó directamente a otro que encontré en Granada. Aquel decía, “dale limosna mujer, que no hay en la vida nada, como la pena de ser ciego en Granada”. Ponía así el énfasis en la belleza de la ciudad, tanto o menos que en la tristeza de no poder verla. Era un cartel que llamaba a la compasión, pero con una referencia, con una comparación con un otro elemento del que disfrutaba el potencial auxiliador, lo que permitía salir de la relación especular entre el que pide y el que da, relación siempre sospechosa. La vía altruista de dar salida al egoísmo es muy usual en política, por ejemplo, cuando para quitar de en medio a los inmigrantes en vez de expulsarlos directamente, se promueven inversiones en sus países para que ni tan siquiera se tomen la molestia de salir de ellos. Tan peligrosa como la vía altruista de la caridad, cuando toma determinado derrotero e incomprensiblemente retorna al que da, el odio del que recibe.

El caso es que el mendigo recibe de nuevo la visita del joven del maletín y las gafas de sol. Y sin mediar palabra da la vuelta al letrero y escribe una frase. Y se va. Y empiezan a aparecer gentes que tras leer el nuevo mensaje depositan una tras otra monedas que van llenando el bote para regocijo y felicidad del mendigo. Al final de la jornada, el joven, de nuevo, aparece, observa el éxito de su escritura, recibe el agradecimiento del mendigo que le reconoce por los zapatos, y contesta a su pregunta de ‘qué le hiciste a mi cartel’, con un ‘escribí lo mismo pero con diferentes palabras’.

Apeló, pues, a las palabras y su óptimo bien decir, pues lo escrito no era sino un “Hoy es un hermoso día y no puedo verlo”.


Publicado en DIARIO PALENTINO, columna "Vecinos Ilustrados", el jueves 12 de febrero de 2009.



 

 

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