jueves, 18 de diciembre de 2008

JOSÉ MARÍA ÁLVAREZ


Su libro se presenta en nuestra ciudad este viernes. Hablé de él aquí en septiembre: La invención de las enfermedades mentales (Gredos, Madrid, 2008, 616 págs.). Nuestro vecino ilustrado de hoy, José María Álvarez, puede ser nombrado como tal, por su doble condición de vecino y paseante asiduo de nuestra Calle Mayor, vecino castellano de nacimiento en León y de labor en Valladolid, e ilustrado, por su aureola de trabajador intelectual.

¿A qué podemos denominar hoy un intelectual? ¿Existen a nuestro alrededor? Ciertamente no va resultando nada fácil toparnos con gentes que hacen de la lectura de libros, del estudio sistemático, su tarea diaria y cotidiana, el medio en el que se mueven como pez en el agua. Es difícil hallarnos con especímenes que se lleven de vacaciones el K

ant de Manfred Kuehn, o que corran a comprar la última edición de Los ensayos de Montaigne. La figura del héroe intelectual, que cabalga de madrugada, en solitario, sobre sus libros, sus esquemas, sus subrayados, en un momento de su vida en el que puede sentarse a ver crecer sus retoños, es una figura que necesitamos. Primero para dar estímulo a los más jóvenes, que pueden entender que existan personas deseosas de saber, sin miedo al horror por ende, es decir, que se atreven a saber. Y segundo, que además no quieran ocultarlo, que sean impotentes para reservarse para ellos mismos lo que van descubriendo. Y entonces, escriben.

La escritura, sabemos, tiene efectos balsámicos, incluso de pacificación, de estabilización en el caso de las psicosis. Grandes escritores han sido psicóticos, y           al revés. La escritura es una pregunta. ¿Para qué se escribe? Algunos, de entre los grandes, nos explicaron sus razones. Destacaré la que más me impactó, la de María Zambrano: se escribe para defender la soledad en que se está. Quizá la escritura alivia la presión del deber del intelectual, que busca una salida a esa presión, a esa exigencia. Puede ser el caso de Álvarez.

Ha ido construyendo a lo largo de los años una bibliografía tan exquisita como social. Comenzó con su tesis doctoral, desgraciadamente inédita y dedicada a la paranoia en la clínica franco-alemana, más tarde siguió con escritos sobre las psicosis y se continúa con su actual preocupación en torno a un futuro libro sobre la melancolía.

Ahora bien, su libro estrella es el que va a ser presentado en nuestra ciudad. Editado en la clásica Gredos, muchos han apostado en verle como un clásico para las futuras generaciones de psicólogos y clínicos interesados en practicar la escucha y la terapia por la palabra. Y dice mucho del afán investigador del autor, pues desde estudiar alemán para comprender mejor los textos, hasta recopilar todas las versiones posibles de la psiquiatría clásica no ha dejado de buscar la lección de la historia, el alma del clínico antiguo frente al loco de cada momento, y deducir lo que permanece a lo largo del tiempo.

El intelectual, por otro lado, ya no puede hacer como Montaigne y encerrarse en su castillo a escribir y leer. Quien opta por esa vía, harto de mezclarse con las inerciales realidades, se excluye de lo vivo del lazo social. No es el caso de José María Álvarez quien no ha parado de construir grupos, de dar conferencias, de viajar por jornadas y congresos, de dirigir tesis doctorales, de alentar a los más jóvenes, a los MIR y PIR que forma. El intelectual que desee ser escuchado, que escriba para alguien, que apuesta por el reconocimiento de su ignorancia, por muy docta que sea, sabe que ha de compaginarlo con la vida social, de lo contrario estará identificándose al marginal. Lo que muchos desconocen, los más plastas, es que no es obligatorio ser un intelectual y estar, y vivir, infatuado.

Pessoa decía que quedaba pasmado cuando acababa alguna cosa. Pasmado y desolado. El pasmo y la desolación son afectos desconocidos para José María Álvarez, pues lejos de concluir, persevera en la construcción de su obra escrita. Será su legado a los psicopatólogos que aún confían en la conversación y en el trato amable, que muestran más interés por la historización de los sujetos que se confían a ellos que por sus membranas.

Le escucharemos atentamente este viernes tal y como se escucha a los que tienen algo que decir. Escucharemos a un escritor que es psicoanalista y a un psicoanalista que es escritor.

Quizá no esté de más recordar lo que César Aira en su espléndida novela Parménides dedicada a reflexionar sobre el deseo de escribir y el justo pago a dicha labor: “Haber escrito contenía la promesa de escribir más”. 

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