jueves, 20 de noviembre de 2008

Ponerse colorado. DIARIO PALENTINO, jueves 20 de noviembre de 2008


 

Se acabó el ponerse colorado. De ser exitosa la nueva práctica de cruce de la ciencia sobre el campo del cuerpo humano, el ponerse colorado tiene los días contados. Con lo humana que es la vergüenza, y con la orientación que nos da para saber algo más de los demás, las operaciones de rubor facial pueden mandar al baúl de los recuerdos esta práctica de mostrar la vergüenza ante algo o ante alguien.

Ya escribimos hace años acerca de esta posibilidad de implantarse unos chips de titanio practicando una simpatectomía torácica selectiva. En aquel artículo, que se llamó “Rubor facial” mencionamos cómo el recurso a la cirugía, -no sin efectos secundarios, sudoración excesiva pero ahora en la espalda- puede cargarse esta fobia, llamada ereutofobia, miedo a enrojecer. La actualidad del asunto sigue siendo que los años transcurridos, desde que escribí aquel artículo, han ido agudizando el problema ahora extendido a otros elementos de nuestro cuerpo.

La línea de trabajo es fácil: si hay algo de nuestro cuerpo que no nos gusta, que rompe la idílica imagen ideal que se supone debemos tener, o nos delata, se saja, y punto. Así se las gastan los modernos hombres de ciencia y sus ejecutores tecnológicos. A nadie le extraña ya entonces que nuestros adolescentes reclamen operaciones de cirugía como regalo de cumpleaños.

No parece importar ni la verdad que subyace en toda fobia, entender el marchamo de muralla que alienta el nacimiento de una fobia, incluso de un miedo extraño, ni el sentido que encierra el hecho de desear modificar la imagen del cuerpo, -tan desconocida para el portador del cuerpo antes y después de la operación-, o las coordenadas en que se desencadena un ataque ansioso, que evitarían años de zozobra y repetición. En definitiva importa un bledo la inteligencia del síntoma, su causa, y sus conexiones con lo más íntimo de cada uno.

En un momento en el que precisamente la función de la vergüenza es vital, es humanizadora, es un arma de batalla para impedir la superpoblación del sinvergüenza cotidiano, justo ahora, nos quieren burlar de este signo tan esclarecedor del enrojecimiento. Nos ponemos colorados cuando asoma algo que nos deja en falta, sucede lo que nos delata, irrumpe algo que nos sorprende, se presenta lo imprevisto y nos obliga a mostrar nuestros auténticos sentimientos, los que tratamos de evitar.

Las operaciones de supuesta modificación del cuerpo dan al traste con la verdad de la traición de nuestro inconsciente, y van a hacernos aún más cínicos.

Argumentarán que son operaciones para casos extremos, lo mismo que dijeron cuando empezó la cirugía plástica. Pero lo cierto es que a base de operaciones en nuestro cuerpo, a base de sustraer los elementos de nuestro cuerpo que nos tornan transparentes, claros, amables, humildes, llanos unos con otros, se dibuja un horizonte en el que el nuevo perfeccionismo pretende llevarse por delante todo lo que es falta, división subjetiva.

Dan vergüenza con su ignorancia. Pues el vecino ilustrado, advertido de que la lectura es esencial para entrar en la inteligencia de las cosas, sabrá ‘leer’ tanto en los rostros, por muy enmascarados que estén, como en los malentendidos. Sabrá ‘leer’ entre líneas y en los silencios elocuentes. O como dice mucha gente, sabrá ‘leer’ en los ojos, que no saben fingir. Creen que no va a salir la vergüenza por algún lado.

Por último ignoran una función esencial de todo educador: avergonzar a la buena manera, sin fijar, sin congelar, como estrategia para el lazo social, como arma esencial para la convivencia. 

 

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