miércoles, 20 de agosto de 2008

La nieta del señor Linh



 

 

Si no hay cárcel más esquiva a la fuga que la de puertas abiertas, no hay peor exilio que el interior. Ante la soledad no buscada, el exilio es una opción a mano. Es una de las lecturas posibles de la obra de Philippe Claudel, titulada La nieta del señor Linh.

En un escenario acostumbrado, refugiado tras la guerra, soledad impuesta por la desaparición de todos los seres queridos, huida de la realidad, delirio estabilizado, se desenvuelve una trama que da a entender lo que nos ocurre cuando nos encontramos perdidos en una gran ciudad. O dicho de otro modo, la incomunicación que crece en la ciudad, precisamente en la época en que los avances tecnológicos de comunicación se han sofisticado hasta lo impensable.

Es lógico pensar en un abuelo que se aferra a su nieta como lo único que le resta, como lo que le da la razón de la existencia. Un otro más pequeño, un nieto, puede aportar la energía suficiente para desear seguir viviendo, para reconciliarse con la vida, en un momento en que la aspereza y el trato frío y sin alma ya no se soporta más. ¡Cuántos abuelos se han refugiado en sus nietos como lo único posible, como el único argumento de su novela!

Si La nieta del señor Linh ha tenido tanto éxito en Francia y se ha traducido a tantos idiomas –tras el éxito espectacular de la anterior novela de Claudel, Almas grises, quizá haya que pensar en que muestra a cada lector la soledad en que se encuentra y el deseo de aferrarse a algo, el recuerdo vivo de que cada lector se pega con fuerza a alguien, su pareja, su hijo, su nieta, un amigo, alguien que le retorna un hilo necesario, le sostiene el deseo de seguir luchando por algo y por alguien.

Y ese objeto-otro puede ser tan importante, que puede caerse en el error habitual que se refleja muy bien en esta novela: adelantarse a las demandas del otro: «Nunca llora...el anciano espera que sea así...para adelantarse a todos sus deseos». Es el error creciente de muchos educadores, de algunos abuelos, de muchas madres y de no pocos organizadores de la política educativa, tratar a los niños como sujetos no deseantes, sino como objetos a pulimentar, a colonizar, adelantándose a sus deseos hasta el agotamiento, hasta el fin de los deseos, hasta el hastío habitual de la enseñanza, de los planes, de las reglamentaciones. La demostración de lo que nos cuesta aceptar que el ser humano no es un objeto sin subjetividad, no es una cosa a pulir, no es un número en una serie.

En directa relación está la espinosa cuestión del anonimato. La ausencia de una significación de los nombres, el vacío de lo nombrado. El autor expresa en su relato: «Un país donde los nombres no significan nada, es un país muy extraño». Sang Diu (‘mañana dulce’), la nieta del señor Linh, es una nieta muy especial, como descubre el lector al final de una novela que se lee de un tirón. Un relato denso pero breve, lo que se agradece en tiempos en que hay que recordar a los niños y adolescentes, y a muchas madres y padres, que ‘las cosas se dicen una vez’. Lo que dice Claudel, lo dice una vez.

Es una nieta tan especial que es el paradigma perfecto de lo que es un objeto-causa del deseo, el famoso objeto a lacaniano.

El encuentro entre dos seres humanos, desconocidos el uno para el otro, que se muestra en esta novela, el señor Linh y el señor Bark, es de la misma categoría que el que apareció en El niño con el pijama de rayas, aunque en realidad ‘nadie conoce a nadie’, pero porque la pasión por el desconocimiento se inaugura con uno mismo. El encuentro entre dos desconocidos, Shmuel y Bruno en la novela de John Boyne, y el señor Linh y Bark en la de Claudel, cuyos países se han destruido, son la metáfora perfecta que demuestra cómo frente al horror cíclico se alza el deseo de civilización. La emergencia de los dos polos, el deseo de paz, de amistad y las ansias de destrucción, de dominio sobre el otro.

La salida por el exilio interior es la consecuencia lógica cuando lo irrefrenable, el goce mortífero, no encuentra un tope en la civilización. O cuando las jaulas imaginarias que tenazmente nos construimos, son nuestra particular cárcel, y somos parte de una familia que ya no se habla o somos vecinos aislados en la gran ciudad.

Cuando eso sucede, ¿quién no ha tenido una nieta como la del señor Linh?

 

 

 

 

4 comentarios:

Anónimo dijo...

A veces emigramos y otras nos hacen emigrar; pero, por favor, que no nos quiten la muñeca, porque para los demás puede que solo se trate de un objeto, pero para el que la posee,... resulta tan real.

Anónimo dijo...

A veces emigramos y otras nos hacen emigrar. Pero, por favor, que no nos quiten la muñeca, porque para otros puede que solo sea un objeto, pero para mi... resulta tan real.

Anónimo dijo...

Philippe Claudel ha escrito y dirigido "Hace mucho que te quiero" actualmente en cartelera y que recomiendo a todo aquel que le guste el buen cine.

Anónimo dijo...

la nieta no existe es un muñeca,la nieta está muerta