martes, 12 de agosto de 2008

Botchan


 

 

 Cuando el lector toma este libro entre las manos ya apetece quedárselo, pues su edición impecable y cuidada nos recuerda que el libro, además de ser una fuente de conocimiento y placer, puede ser un bello objeto per se. No es la única sorpresa que nos depara Botchan, una de las novelas japonesas más celebradas, las aventuras de un maestro rural, escrita por Natsume Sōseki.

No es demasiado frecuente, segunda sorpresa, encontrar una Nota del traductor al principio de la obra. Sumamente esclarecedora, pues nos aporta el lema de vida del autor, “Sokuten Kyoshi”, “sigue a los cielos, abandona el yo”, que es el de su alter ego en la ficción. Además, tercera sorpresa, encontramos que el traductor agradece la ayuda de un joven escritor palentino, Julio Baquero Cruz, a quien elogia con estas palabras contundentes: «mi guía estilística y de inteligencia y sentido común a lo largo de un proceso que conoce bien». Siempre agrada la mención de un palentino en la diáspora y vecino ilustrado, máxime si es joven –hay que leer su novela Arquitectura del matadero, (Excritos, 2002)–.

En palabras de la crítica especializada esta obra de Natsume Sōseki, (1867-1916), se ha convertido con el paso de los años en un clásico imprescindible en la cultura japonesa. Si bien está marcada por el amiente local, un aire atemporal embarga al lector desde las primeras líneas. En ella encontramos a un protagonista que personifica una inocencia un poco simple, que no encaja del todo bien con el entorno, incapaz de leer los dobleces del mundo que le rodea. Se escuda, como muchos, en un “yo soy así” y no se entera de nada.

Botchan, que en japonés significa niño mimado, resulta encajar mejor en la figura del antihéroe al estilo del Lazarillo o don Juan Tenorio. Hoy, Homer Simpson o House. Hasta cierto punto ineficaz y un poco desgraciado, es un joven que invierte su magra herencia en adquirir una formación, para acabar aterrizando en un mundo que simplemente no comprende.

El autor, Sōseki, al final de sus días le escribió a un amigo: «Me sorprende pensarlo... en cierto sentido, soy lo que la gente ha hecho de mí». Es tal cual, la historia de Botchan. Es la astucia del niño mimado, que se deja querer pasivamente, y que de esta forma evita el encuentro con lo difícil, y con los vacíos de la vida. El protagonista de la novela trata de desmarcarse de los mimos de su criada, que ve en él lo que no es, como acostumbra a hacer la madre del niño mimado, pero en la dificultad no puede sino recordarla constantemente, cual objeto perdido.

El resto de todo niño mimado no es sino una exigencia perenne de reconocimiento por parte de los otros. Una exigencia de reconocimiento que explica la necesidad de la existencia de un Otro: para que reconozca. Lo que pasa es que «al exigir ser reconocido, allí donde soy reconocido, no soy reconocido sino como objeto», Lacan dixit. A continuación lo que se corresponde a una posición de objeto es no poder soportarse en el mundo, y la violencia encuentra su caldo de cultivo.

Ahora bien, un significante recorre el libro para definir al protagonista: la impulsividad. Hasta en cinco ocasiones se define como impulsivo, en unas reforzando la idea con el aserto de su propio padre, en otras con ejemplos contundentes. El tipo de impulsividad habitual de muchas personas, la tendencia a actuar sin prever consecuencias, sin reflexión. Que esconde la verdad del goce subyacente, el que proporciona la acción ciega. Las peleas fueron habituales en su vida y ya desde la infancia.

Por ello, quizá, lo atractivo que ha resultado este libro para tanta gente japonesa durante tanto tiempo, así como idea del Nobel Kenzaburo Oé, de que los personajes de Sōseki dan una nueva definición de lo que es el Humanismo. Una imagen no demasiado idealizada y exigente de lo que es un ser humano, sino algo más cercano al efecto del humor, del ridículo habitual que cada uno de nosotros conoce muy bien.

Aconsejan leer una novela muy divertida de Sōseki, Yo, el gato, que al parecer iguala al mejor Wilt, de Sharpe. Veremos.

Los haiku japoneses, presentes en este libro, composiciones de tres versos sin rima, se igualan al proverbio chino con el que finalizamos nuestra columna de la semana pasada. Una muestra de un famoso haiku: Una campanilla ha brotado/ en el cubo viejo./ Pediré agua a mi vecino.

Nuestra época puede llamarse también la época del botchan generalizado. La del niño mimado de todas las edades. El protagonista, buen botchan, afirma que los haikus no son para un profesor de matemáticas como él. No es mi caso, por lo que la tesis de este libro me atrevo a condensarla en un haiku: “Un joven tokiota impulsivo/ busca su lugar en el mundo. / Ser botchan le cegará el intento”.

 

 

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