miércoles, 9 de julio de 2008

¿A quién mata el asesino?


El sugerente título del libro ¿A quien mata el asesino? me ha llevado de nuevo a la lectura de “Motivos del crimen paranoico”, de Jacques Lacan. Seguramente anidan allí las mejores líneas de una criminología sugerente y además escritas por un psiquiatra al comienzo de su brillante carrera, cuando redacta su tesis doctoral. Pero tras recibir el libro que me envía su coautora, Silvia Tendlarz, y sumergirme en él al comienzo de este verano de lecturas, no puedo sino reconocer un trabajo de investigación encomiable y poder entonces recomendársele al lector habitual de esta columna.
Hoy, que en psicología la causa de un comportamiento queda relegada frente al funcionamiento, que la cosa funcione, la pregunta por la causa sobra. Y entonces la pregunta por el sujeto asesinado, la cosa asesinada más allá de la víctima, descarta de antemano la respuesta habitual: mata a la víctima, claro, pero parece que el asunto se complica si se quiere penetrar en la subjetividad del criminal. La cuestión central es a qué Otro se dirige el asesino en su acto criminal, esa es la pregunta esencial a plantear cuando se quiere aportar un poco de luz a la criminología desde el psicoanálisis.
Es, por cierto, la misma pregunta que se deberían formular quienes busquen saber la verdad de los crímenes de la violencia de género. ¿O acaso no ha llamado la atención que tras cometer su crimen el asesino pase con sospechosa frecuencia al segundo punto del orden del día, su suicidio?
Con todo, la cuestión central a mi entender es la responsabilidad del criminal. Frente a la concepción lombrosiana que dice que el criminal lo es por causas naturales de su propio perfil, se alza la que opina que el contagio social es clave, presente en autores como Gabriel Tarde. Ocurre que birlarle la responsabilidad al criminal, incluso al delirante, acarrea lo peor, la deshumanización. Nombrarle irresponsable es una pena de muerte simbólica. Es por eso que grandes criminales estudiados clásicamente en psicopatología como el maestro de escuela Ernst Wagner defendieron ante el tribunal la autoría de sus masacres pese a los peritajes que trataban de sustraerles su responsabilidad merced a su delirio persecutorio. Esto entronca con la aseveración de Lacan de que “de nuestra posición de sujetos somos siempre responsables”, destruyendo así toda ilusión de encontrar cortadas. Y es en el fragor de estas líneas argumentales por donde discurre el debate más audaz y por donde se mueve el libro. Preguntarse por la existencia o no de una naturaleza criminal siempre es una respuesta tranquilizadora para las sociedades. Los criminales, los asesinos en serie, el homicida aislado, si se probara que sus crímenes son causados debido a su naturaleza biológica, a su discapacidad congénita, entonces todos tan a gusto: nos evitaríamos la pregunta por la causa psicológica, incluso por el pronóstico de cura. Pero no hay nada decisivo en los estudios que nos haga pensar en naturalezas criminales.
El lector podrá encontrarse en este libro con personajes ya clásicos como las hermanas Papin, Pierre Rivière, (¡qué monumental es la obra de Foucault titulada Yo, Pierre Rivière,…) hasta los recientes casos de Althusser (¡hay que leer su genial obra donde cuenta su crimen!: El porvenir es largo) o los más recientes casos de los jóvenes asesinos de Columbine High School, estos días recordados en la prensa española junto a los crímenes cometidos por niños o adolescentes, estudiados en un reportaje de EL PAIS SEMANAL.
Como dicen los autores al final del texto, el crimen no es un invento moderno. Pero lo específico de nuestro momento histórico es la quiebra del Ideal y el paulatino triunfo de los objetos. Nuestro momento está repleto de sucesos violentos que se muestran como un espectáculo.
Y es verdad que el criminal mira a la cámara y se ofrece para que gocemos, cual trabajador incansable. Podría tomarse vacaciones. Otra cosa es la fascinación que produce el crimen y cómo sabe esto el criminal, clásico y moderno.

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