jueves, 6 de marzo de 2008

El efecto placebo

El Prozac es sólo placebo. Ese era el titular de la noticia aparecida en la prensa la semana pasada. Y se subtitulaba: un estudio revela que los antidepresivos más populares no sirven para combatir depresiones leves y moderadas. Pero ¿qué es un placebo? Pues una sustancia inocua, una pastilla comprada en el kiosco de la esquina con el color y el tamaño oportuno, que si se acompaña de palabras tiene el mismo efecto que otra que supuestamente está indicada científicamente.

Cuando salió el libro de Lou Marinoff, Más Platón y menos Prozac, se vio que frente a la química se oponía la conversación, en forma de filosofía, pero que no iba a irse mucho más allá como así ha sido y los millones de personas que en el mundo se alistaron al Prozac desmintieron al autor. Su libro no triunfó como un efecto nocebo, lo contrario entonces al placebo, y no consiguió aumentar las expectativas pesimistas propias de los sujetos abonados al fármaco haciéndoles pensar que iba a tener efectos desagradables. Una buena publicidad ayuda mucho. Hasta el punto de que cartas de algunos lectores comentando esta noticia vienen a insinuar que puede tratarse de un sutil efecto placebo periodístico.

La palabra placebo se usaba ya en la Edad Media para designar los lamentos que proferían las plañideras profesionales que eran contratadas en el funeral de alguna persona. Es decir, que un perfume de engaño se cierne sobre el asunto. Cuando se sostiene el poder de lo imaginario, de la sugestión, se sabe que es un trampantojo, un señuelo destinado a hacer creer algo diferente a lo que es. Este tipo de tretas se usan en educación, cuando es preceptivo transformar al alumno o al hijo, transportarle de una posición a otra, en el transcurso de una acción pedagógica. Y se usan en la política cuando la acción está destinada a desviar la atención de las masas en una dirección o en otra.

Lévi-Strauss, el antropólogo, ya nos mostró en sus deliciosos artículos “El hechicero y su magia” y “La eficacia simbólica”, los mecanismos que subyacen a casos de conjuro o embrujamiento, y su tesis de que la situación mágica es un fenómeno de consenso, y que si se dan las condiciones sociales y culturales precisas se puede operar con estos artilugios que son las armas de la sugestión de masas. Cuando millones de personas están convencidas de que existe lo que no existe sino en su imaginación, no hay manera de avanzar. A lo largo de la historia tenemos sobrados ejemplos de cómo creencias míticas se han instalado en el interior de las sociedades y cada vez que los visionarios, los genios y pensadores de cada momento han tratado de disuadir de lo contrario se han encontrado con un muro insalvable. Sólo el tiempo ha permitido mostrar los ‘efectos placebos’ de cada coyuntura histórica.

En nuestra época se han arraigado así creencias ciegas en que es mejor tener dinero que tener tiempo, es mejor lo práctico que lo teórico, es mejor la píldora que la conversación de altura, que son preferibles las respuestas antes que las preguntas, las ciencias que las letras, el método experimental a la lógica de las humanidades, y que una persona de éxito es aquella que ha colocado su punto de mira en el tener y no en el ser.


2 comentarios:

Anónimo dijo...

...que toda la vida es sueño, y los sueños, sueños son.

Unknown dijo...

Animo a todos los blogs de la blogosfera palentina a que dejen en su página principal sólo la noticia del cobarde asesinato de Isaías Carrasco y el texto de condena firmado por todos los partidos, como forma de protestar desde nuestro pequeño rincón en la red contra el fascismo terrorista.