jueves, 28 de febrero de 2008

Jesús Mañueco


Durante años, Jesús Mañueco ha sido mi columnista-colega de los jueves. Incluso en una ocasión un error situó su nombre en mi artículo. Desde hace meses su ausencia se hace sentir. Le pedí en privado que siguiera escribiendo. No obtuve premio. Vuelvo a la carga y ahora en público. Estas son mis razones.

Desde el siglo XIX se puede ver un avance de la política de las cosas frente a la política de los hombres. Gobernar, se nos dice, es demasiado serio como para abandonarlo en manos de los seres que hablan. Son humanos, ¡peligro! Hacen falta expertos, tecnócratas, evaluadores-inspectores, profesionales. Las cosas se gobiernan solas. Porque las cosas son como son. Y punto. Hay que leer a Jean-Claude Milner, La política de las cosas.

Sobran los sujetos, y su asquerosa subjetividad, sobra la estirpe antigua de los políticos con alma, se proclama de mil maneras. Mejor rodearnos de eficaces gestores de las cosas, de serviciales administradores asépticos: ellos conducirán mejor que nadie el programa de convertir a los hombres en cosas. Los hombres como mercancías, objetos de consumo, partes contables, almacenables, clasificables. Musil lo dejó escrito: hombres sin atributos.

En esa lógica, quien no encaja es el político que osa dedicar más tiempo a hablar con humanos que a mirar las cosas. Y de vez en cuando, en las formaciones políticas y en los grupos ciudadanos aparece la figura de quien sobra en ese juego: de quien sabe demasiado de hombres, hasta el punto de que puede ser nombrado por otros, y él a su vez entrar en el campo de las nominaciones y conocer de cerca a unos y otros, incluso por su apodo, por su mote, por una anécdota. Políticos que pueden ser reconocidos por su singularidad, por sus gestos, por sus manías, por sus errores y aciertos, por su semblante y por las miserias y grandezas inherentes a la condición humana. Este tipo de políticos no encajan en la gris serie mediocre que necesitan las cosas para ser gobernadas solas. Sobresalen de la serie por su excepcionalidad. La pueden armar en cualquier momento: no han aprendido que no pueden ser imprevisibles sino que se les acaba exigiendo someterse ellos también a la lógica de lo previsible y controlado.

Rivales políticos, antiguos compañeros, gentes cercanas, amigos de verdad y otros que no tanto, de todos ellos se podrá escuchar, estoy seguro, que si en nuestra ciudad ha habido, y por supuesto aún hay un político que merece el sobrenombre de zôon politikón, ese es nuestro vecino ilustrado de hoy. Nadie le va a discutir eso nunca.

El cariño que le profesa la gente de la calle, la aureola que rodea su figura, el acervo acumulado de tantos años, desde muy joven, dedicados a la cosa política, el carisma y su figura de Otro para sus vecinos, todo ello me hace concluir que puede ser un auténtico lujo que nuestra ciudad, por momentos alicaída y gris, no se aproveche de JM, máxime suponiendo que especimenes así de superdotados para la cosa pública se han dado en contadas ocasiones en nuestra historia política como ciudad.

Aunque toque ocuparse de la familia –un valor prioritario en su vida y en sus tomas de decisiones– y tramitar el dolor consecuencia de las vicisitudes de nuestra existencia mortal, muchos le reclaman más presencia en nuestra ciudad, y también ocuparse de los otros, de los vecinos, sea con la excusa que sea –hay veces que se niega a los políticos la ambición personal en el intento claro de imaginarse que son cosas y no sujetos con pathos–, sea con el motivo que se encuentre, bajo la fórmula más diversa que se quiera.

Cuando se ha bebido y a tragos el licor del desagradecimiento y el de la maledicencia. Cuando se ha verificado el horror de lo peor cuando eso toma el semblante humano. Cuando, en palabras de Agamben, a alguien se le empuja a la pura vida, al lacaniano ‘moho de la existencia’, a una existencia mútica, quizá entonces nada mejor que la escritura como modo de estabilizar la relación con el Otro social.

Por todo ello, hay razones para que el servicio al lazo social, en momentos de grave fragmentación social, puede serle requerido a quien acumula en sí un saber de la ‘polis’ que sin desmerecer de su notable esfuerzo de invención, no es en parte sino tomado de los otros, prestado.

Usufructo que se justifica en que un político, si es bueno, como es el caso, si ha demostrado no tener miedo al acto político, si ha gobernado como humano, como ser hablante que se equivoca tanto como acierta, realmente sucede que poco a poco es portador en sí de un saber político del que no es propietario único, sino que acumulado en depósito, se encuentra a la espera de que sus vecinos y amigos un buen día se lo puedan reclamar. Con pathos.


1 comentario:

Anónimo dijo...

está claro que el llamado zoon politikon de Aristóteles tiene muy poca relevancia en los políticos actuales. Quizá una relevancia de conceptos políticos clásicos no vendrían mal a la escasa cultura política de este páis. y también está claro lo que Jesús Mañueco ha representado y representará para la política de Palencia.