jueves, 8 de noviembre de 2007

Malos tiempos para la bondad


Los lectores, tal y como solicité en el artículo de la semana pasada, me han escrito esta semana para advertirme del peligro de hablar de la bondad. Pero ninguno para negar que los tiempos que vivimos no son los más idóneos para su cultivo. ¿Por qué?

Me parece que no interesa demasiado la gente buena. El perfil adecuado es el de gente competitiva, preparada técnicamente, que sepa decir que no, que sepa despedir con elegancia al empleado crítico, que sepa buscarse la vida. Los buenos han pasado a ser instrumentos, herramientas a usar, y también susceptibles de manipulación.

Por eso sorprenden los actos de bondad hasta el punto de ser puestos en entredicho, mirados con lupa, como si se pensara que es imposible que en los tiempos que corren alguien pudiera ser bondadoso, sin más, o además. Porque esa es otra, a veces se tiene una idea tan elevada de la bondad que el pequeño gesto bondadoso no se tiene en cuenta o parece extraño en alguien no acostumbrado a ello, mientras que quien siempre ha sido bondadoso resulta que está como haciendo oposiciones para acabar de aprobar esa prueba de la bondad perpetua.

No sé si los actos de bondad son o no demostración de poderío como afirmaba Unamuno. La lectura reciente de un libro de Sándor Márai, La hermana, me ha sacado de dudas: no es incompatible la entrega bondadosa con el ejercicio del poder, y así una hermana Sor Caríssima, resulta que es solemnemente paradigmática de lo que trato de expresar. No sólo representa el buen hacer de tantas hermanas bondadosas que se dedican a ayudar sin límites sino que además en un momento de la novela se atreve a dejar planchado a su interlocutor con una frase que suscribiría con gusto un Lacan: “No hay que creer que todo tiene un sentido”.

Un lector me ha recordado que desde Cicerón se asocia la bondad con el consentimiento pasivo y con la falta de carácter, algo incompatible para el ciudadano. Y es verdad que al hombre bueno, a la mujer buena, al niño bueno, a la anciana buena, se les suele etiquetar más como débiles, como “tontos”, como “bobas”; se llega a decir: de pura buena es tonta, etc…Y como nadie quiere ser tachado de inocente, de idiota, resulta que se prefiere ir de malo malísimo, como dice los más jóvenes, y la bondad se oculta y se encierra bajo siete llaves para que no aflore casi nunca en la vida.

Decía Freud que unas pocas palabras bondadosas tranquilizaban más que un fármaco moderno, opinión que hoy sostienen incluso quienes les recetan, y Beethoven que sólo conocía un índice de superioridad, la bondad. En cualquier caso, me da igual que la bondad activa pueda pasar por estrategia interesada, tipo vendedor astuto o frío calculador manipulador de sentimientos, mientras se ejerza eso que ganamos, aunque tras los días de ir de bueno, el miserable sabe que, tarde o temprano, se le va a pescar, aunque hayan pasado años. Por eso a quien menos se puede engañar ya no es a la propia pareja que tras años de convivencia conoce mejor que nadie los resortes más ocultos de su partenaire, sino que a quien no se puede engañar nunca es a uno mismo. En el fondo uno sabe que no se es bueno de nacimiento, los genes no llevan escritos rasgos morales o éticos, sino que es una larga disciplina que hay que cultivar contra uno mismo, y contra los avatares de la vida, que se empeñan en demostrar que en lo relativo a los actos de los otros, hay que “pensar mal para acertar”. La disciplina de la bondad, a mi entender, aún en los malos tiempos, hay que practicarla contra la opinión de los pragmáticos y contra la caterva de los moralistas de izquierda y derecha.

La pregunta es si podemos enseñar a los vecinos ilustrados más jóvenes la asignatura de la bondad o si eso no se enseña. Pero si se aprende por ósmosis, ya me dirán cómo me explican el que pese a todo, haya tanta gente buena.


1 comentario:

Anónimo dijo...

Querido Fernando:
En Palencia, tu ciudad y la mía,existe una calle que tiene ese nombre o lo tenía porque a lo peor lo han quitado también, porque al revisionismo le estorba la Bondad. Bueno, que me enrollo. No, no son malos tiempos para la bondad, lo que creo que sucede es que no es moda, pero en cuanto sales y te acercas a lugares donde existe la necesidad,(no es necesario salir de Palencia) te das cuenta de que hay muchas personas, de muy distintas edades, que ejercen esta virtud sin esfuerzo y eso... no sabes como reconforta y te ayuda a hacer las paces.
Ahora para trasladarselo a las personas jóvenes en valores, es necesario recomponer el panorama político y abandonar el "rollo de la política de Juventud" que nadie sabe qué es y comenzar a plantearse a hacer política con los jóvenes, pues deben participar.
Por último, de verdad, un libro: "Políticos, los nuevos amos", de Francisco Rubiales. Ed. Almuzara. Sorprende por lo evidente.