jueves, 18 de octubre de 2007

Novatadas











Estos días sube desde la calle el rumor de las novatadas en las residencias estudiantiles. Grupos de veteranas sacan a pasear a las novatas que han venido a Palencia a estudiar su carrera. Ello unido al comentario de quien se encuentra en idéntica situación pero en el comienzo de la diáspora palentina en otras Universidades, me alivia de la idea de que se había puesto fin a esta práctica tan saludable para el lazo social.

Es, digamos, una fórmula más para hacer respirable la convivencia, el encuentro de los jóvenes que empiezan, que salen de casa a buscar su recorrido, con los jóvenes que llevan más tiempo. Frente a la frialdad glacial de los nuevos modos sociales de la posmodernidad, frente a los días de la soledad del televisor, el ordenador, y los gadgets de todo tipo, es saludable que el recibimiento se haga institucional bajo la épica de la novatada.

Para ello se requiere apertura, ánimo dispuesto, sentido del humor. Un amigo me ha contado cómo a su hijo le acaban de nombrar novato del año por lo bien que se ha tomado todo el follón de las novatadas. Otro me ha referido lo rápido que ha sido para su hija hacer nuevas amigas, que además ayudan, orientan, enseñan los trucos y los usos de una ciudad desconocida. Sólo hemos tenido que asomarnos estos días a la ventana para comprobar el marchamo de alegría, de risas, de buen rollito de las novatas de la Residencia más próxima. Todo ello, ni que decir tiene, nos ha transportado a algunos, a los años de las duchas frías a altas horas, de los cánticos solemnes desvariados, del ridículo más espantoso y de la camaradería entrañable de nuestros años de novatos, de chándalas, en nuestro argot de aquellos años.

Junto a esta buena disposición, aparecen los ejemplos de quienes son refractarios al lazo social. Son los novatos que no se prestan a las novatadas. Hay varios tipos. Disculpemos a quienes por razones de índole de su fragilidad psicológica no pueden entrar en el juego. Los otros, quienes se encierran cada tarde en la habitación del Colegio Mayor, durante este mes de octubre, para evitar ser víctima de novatadas, dando la espalda al jolgorio, a la convivencia, a las salidas nocturnas de iniciación, son, sin saberlo, solidarios de una época, la nuestra, de máxima fragilidad para la convivencia social, para construir diques al individualismo atroz que nos acosa y que se lleva por delante todos los intentos de hacer grupo social.

Refugiarse en la soledad de la habitación de una residencia, sólo por evitar cantar un himno adulterado, hacer flexiones de continuo, saludar con solemnidad al veterano, o aceptar llevar un buen sobrenombre, un mote digno, es justo lo que estos jóvenes han captado del momento social, unos tiempos en que se hace junto a otros lo justo del programa, el momento del goce a toda costa, del yo primero, de la lucha feroz por acumular objetos de consumo, capital, deshumanización.

Cuando hace una década o más, se prohibieron las novatadas, en nombre de algo indiscutible, como era el que servían a algunos para realizar sus fantasías más sádicas, confundiendo la broma y la diversión, el buen clima necesario para recibir a los nuevos, con remedos de La filosofía en el tocador, mucho me temí que los peores se iban a llevar de nuevo por delante una institución tan longeva como la Universidad: las novatadas y sus singulares costumbres, ceremonias, ritos, terminologías.

Y que un nuevo manto sombrío, una fría acogida, un no mirar ni saludar iba a imponerse también en esos ámbitos. De la misma manera que suele suceder en otros espacios ya repletos de eso que se llama competitividad en donde se recibe al compañero de trabajo con la hostilidad con que se recibe a un enemigo.

Pero frente a las normas académicas, frente a las autoridades que miran para otro lado y consienten, frente a los padres sobreprotectores, que llaman incluso por teléfono para asegurarse de que a sus retoños nadie les hace novatadas, no sea que se incomoden, o se traumaticen, -que nunca un término tan preciso fue tan manido en su sobregeneralización- frente al individualismo de la época, la figura de las novatadas se ha ido abriendo paso y al parecer vuelve con fuerza y goza de buena salud. Por supuesto que se debe impedir que el aprendiz de Sade campe por sus fueros y que los efectos de masa invadan con su mal gusto dejando un poso de rencor y mal rollo.

Sería justo lo contrario de lo que se pretende: iniciar al novato y ofrecerle un futuro, el de un día ser veterano y seguir la rueda.

El que las novatadas, como institución social, se mantienen vigentes en los recintos universitarios, es muestra de que los mejores, los vecinos ilustrados, deben tomar la rienda frente a los peores, los que siempre en los grupos se llevan todo por delante.

No deberíamos ser tan novatos como para no saludar las novatadas como ejercicio de oposición a lo peor de los nuevos tiempos.

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