jueves, 25 de octubre de 2007

Culto a la personalidad



Esta expresión es conocida por todos. Se usa para designar un efecto de excesiva admiración hacia una persona que normalmente tiene un cargo público o un poder ejecutivo determinado. Hace que se supravaloren las virtudes del susodicho y que se escotomicen todos los defectos.

Recordemos que se hizo popular cuando la lanzó Nikita Jrushchov frente a Stalin. Pero ha sido usada contra otros muchos líderes y sus seguidores.

Ese embeleso en los rasgos psicológicos, en las actitudes, en los valores de alguien que se dedica a la política y que ocupa un cargo único, puede ser entendido como algo que hacen las masas cuando se comportan como tal, ayudadas por la complacencia de los medios de comunicación y los periodistas de cabecera que tratan todo el rato de hacer más grande esa admiración.

Pero que el culto a la personalidad pueda ser desplegado en la cercanía de un lugar de trabajo en torno a la figura de un jefe carismático es no sólo sospechoso sino muy peligroso. Por no hablar de otros grupos más pequeños. Se podría decir que cuanto más pequeño es el grupo peores son las consecuencias de culto a la personalidad.

Se sabe que este culto se hunde en las raíces más profundas de cada uno, y de allí parte para quedar atrapados en una suerte de hilo invisible.

Poco importa. Lo que es necesario advertir es de las consecuencias que un tal culto pude tener en quienes lo practiquen o en quienes se dejen atrapar en el arrobo.

Se ha de saber que se está a merced de las decisiones del adorado de turno. Y que por muy infalible que parezca, todo el mundo sabe que todos los seres humanos nos equivocamos, y mucho, a diario. Y que el error, precisamente, nos hace más humanos, sobre todo si somos capaces de reconocerlo y de reaccionar a tiempo. Por eso, pensar que pueden existir seres humanos a quienes se ofrece culto, sólo puede ser fruto de la equivocación.

El problema es que el vecino ilustrado contempla atónito cómo personas repletas de saber, que de seguro han tenido que poner en entredicho lo que sabían para avanzar en su formación, puedan caer presas de esta adoración, de este embeleso ante jefecillos en su trabajo, ante políticos que no son sino ciudadanos entregados a la cosa pública durante un tiempo de sus vidas, ante figuras del saber que precisamente suelen poner en cuestión cada segundo lo que saben, hasta el punto de hacer suya la frase del filósofo de “sólo se que no sé nada”.

Ahora, mucho peor que el culto a la personalidad en positivo es el culto a la personalidad en negativo. Esto es, la actual proliferación de gentes que escriben resaltando los defectos de tal o cual político, en especial del presidente del gobierno. Sin saberlo, caen en el culto a la personalidad. Buscan un jefe: lo tendrán.


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