jueves, 14 de junio de 2007

Una piedra roja, una piedra azul, una piedra amarilla


VECINOS ILUSTRADOS

Una piedra roja, una piedra azul, una piedra amarilla

¿Quieren leer un libro diferente? Lean Una piedra roja, una piedra azul, una piedra amarilla, de Marta Pérez Martín, editado por RBA hace un mes. El padre de Marta me había enviado una invitación para asistir a la presentación del libro y hablando por teléfono le confirmé que asistiría, pero al final no pudo ser: tras leer el libro lo siento aún más, aunque me queda el blog del libro: http://www.ellibrodemarta.blogspot.com/ y aunque quizá un día pueda leer lo que dijeron Sampedro, Trapiello y ‘Peridis’ en ese acto de presentación.

En cualquier caso, estamos ante un libro atípico, no siendo un libro de memorias, ni una novela, ni un retrato autobiográfico, tiene algo de los tres. Es también un tratado de humor, pues destila sentido del humor, justamente cuando más se agradece que exista, cuando una persona sabe que tiene una enfermedad muy grave y que aborda su final, tratando de hacer más respirable la coyuntura a los suyos, a los amigos, a los íntimos. Si el humor se agradece siempre, porque nunca sobra, mucho más en las coyunturas dramáticas. También es un libro que demuestra lo difícil que es elaborar la pérdida de un ser querido, y cómo el esfuerzo de reunir durante meses los escritos y cartas de Marta y publicarlo es un auténtico trabajo de duelo. Un intento moral de responder la pregunta esencial, qué se ha llevado en tanto saber aquel que nos ha dejado.

Dice Saramago, que este libro es un “retrato moral”. Publicado por sus amigos y próximos, tras su deceso, contiene cartas escritas por Marta desde los siete años –memorable la que escribe a los siete a su padre, aún con faltas de ortografía, en la que le termina exigiendo: “PAPA DIBUJA MUI BIE”, o cuando expresa su sentir ante sus padres, diciendo “tu y mama aunque esteis separaos me yevais a muchas parte juto”-, hasta sus últimos mail, desde el hospital, a los treinta y dos años, en los que manifiesta su amor por las pequeñas cosas, esas que no solemos valorar y que sabemos reclaman quienes se encuentran frente a los grandes desafíos de la existencia humana: “Añoro mucho muchas cotidianeidades que para vosotros son casi inapreciables, como ponerse un abrigo y salir a la calle, comprar el pan…ponerme una falda…” (Entre paréntesis, hay que decir que el mandato de Marta a su padre: “dibuja mui bie”, ha sido ampliamente cumplido para fortuna de todos los que le leemos a diario.)

Sus referencias a Palencia –atardecer en Santa María de Redondo, el baño de su padre en el pantano de Aguilar, o su intento de mimetizarse expresando, “yo, palentina hasta la médula”- son constantes. Y de ahí encontramos el hilo de las cartas a su padre. Que son el reverso de la de Kafka, y que alcanzan el momento culminante, cuando le confiesa que odia el mundo de los famosos, de las referencias, cuando dice no necesitar ir presumiendo de padre, porque, argumenta, “no necesito ir como algunas personas presumiendo de padre, marido o hermano, como si ellos mismos no tuvieran una identidad propia, porque la tengo,..” Y añade, en un arrebato de veracidad encomiable, “o al menos la busco”.

Buscar la identidad es un buen título, pues nos pasamos media vida construyendo algo propio de entre los restos de nuestras identificaciones a nuestros Otros, para luego deconstruir, en un ir y venir, ora entretenido, ora impaciente. Por otro lado, el libro de Marta tiene también el sabor de la búsqueda, porque representa una foto en movimiento, o si se quiere una colección de diapositivas que avanzan a la par que una existencia. Es un libro que muestra en cada carta las peguntas, las dudas, los deseos de los jóvenes de nuestra época, razón por la que es el libro a recomendar a un joven de veinte años. Al joven ilustrado, aquel a quien le hayamos sabido causar un deseo de pasar por el mundo leyéndole, interpretándole, mirándole con ojos de sorpresa.

Anticipo al futuro lector las palabras finales del libro de Marta: “Dicen que todo tiene un precio, y yo creo que no es cierto, se trata de querer cosas sencillas, amables, livianas, para que te dé tiempo de mirarlas, una a una. Una piedra roja, una piedra azul, una piedra amarilla.


5 comentarios:

Miguel A. Paniagua dijo...

¿Qué fue primer el huevo o la gallina?
Muchas veces he observado que las personas de mi alrededor que se han ido definitivamente, habían conseguido, como Marta, descubrir las cosas importantes de la vida.
No se si es por estar cerca de la muerte, o que, cuando descubres esa verdad, ya estás dispuesto a morir.

FERNANDO MARTÍN ADURIZ dijo...

Tienes razón Miguel Ángel. Lo único que añadiría sería que "las cosas importantes del a vida" son "mis cosas importantes", en tanto para cada quien existen las cosas importantes y las que no, y no siempre coinciden, es más, si de verdad todos lo pensáramos del mismo modo, es imposible que existiera la crueldad, las guerras, el odio a muerte, la acumulación de riquezas frente al amor a los demás...

FERNANDO MARTÍN ADURIZ dijo...

se me olvidaba, muchas gracias por participar en mi blog

Miguel A. Paniagua dijo...

Tienes razón, he dado por sentado que "mis cosas importantes de la vida" son las de verdad. Pero creo que acierto, cuando pienso, que las pequeñas cosas de cada día son las importantes. Y si todos consiguiéramos verlo, efectivamente, no habría guerras ni odios, porque estas cosas las generan conceptos y sucesos alejados de nuestra vida diaria. Cuando nos ponemos a pensar en las grandes cosas y en los grandes conceptos es cuando surge toda esa miseria.
Gracias a tí, por crear este espacio de participación. Algunos de los temas son orginales y no habituales, lo cual es de agradecer.

Anónimo dijo...

Creo que, lamentablemente, habría que aceptar que siempre habrá guerras, disputas y 'cosas malas'.
Quizá haya que intentar soportarlas mejor, ¿no?