jueves, 28 de junio de 2007

Periodistas


Vecinos ilustrados



El gran dilema para los periodistas del momento es saber si, al igual que los políticos, van a oponerse a la opinión pública cuando ésta yerre, y crear opinión, o por el contrario se sumarán a la misma, sumergiéndose conformes en la época, sin proponer nada. En este caso serán meros escribas, testaferros, que levantan acta, lo cual, no significará que están menos comprometidos.

Porque sabemos desde Heisenberg y su principio de incertidumbre, martillo de positivistas y pragmáticos, que la realidad no es objetiva ni cuantificable y que intervienen siempre los prejuicios del observador, que puede incluso seleccionar con sesgo lo que observa, aún sin darse cuenta. Por eso, resulta gracioso cuando algún periodista dice que es mero testigo de lo que ve, y que, tal y como lo ve lo cuenta. Sabemos que cualquier transcripción de la realidad es sospechosa y siempre estará contaminada.

Y eso lo saben muy bien los que seleccionan a los nuevos comunicadores. Una buena formación desde la base, unos sólidos principios y valores –a ser posible los mismos que tienen las grandes compañías que sostienen esas universidades donde se forman esos futuros líderes–, una buena orientación, determinará el rumbo de lo que, a la postre, acabará opinando la gente.

Siempre admiré al periodista de raza. Una estirpe de hombres y mujeres empeñados en no doblegarse ante la adversidad. Que se mofaban de quienes despotricaban de la realidad porque les estropeaba un buen titular. Periodistas que escribían sin descanso, de todo, y en los sitios más inverosímiles, columnistas de largo recorrido y aficionados a leer, a leer de todo.

Cuentan que los nuevos universitarios no leen, que han dado la espalda al saber clásico, y que su cultura de fondo no es exportable, que tocan de oído. Que se junten, entonces, con los nuevos psicólogos, para quienes Kraepelin, es alguien que les suena, o los sociólogos de nuevo cuño, a quienes también les suena Simmel. Todos ellos, tristemente, han sido engañados con el nuevo auge de la técnica frente a la sabiduría.

Si en las aulas, los jóvenes universitarios piden, como en muchas clases y cursos, cosas prácticas, hay que exigir que se reclame, lo uno no quita lo otro, cosas inteligentes. O que lo práctico no sea sino exigir profundidad teórica, pues, de lo contrario, su ejercicio profesional quedará marcado para siempre con el aire de la rutina, la inmediatez, y la ausencia de ‘lectura’ amplia de lo que sucede en el entorno. Se limitarán a hacerse eco de la mediocridad reinante. Se subirán a la ola de mercadotecnia que se lleva por delante todo: asociacionismos, centros culturales, bibliotecas, ateneos, conversaciones, lectores.

Hay que defender el papel de los periodistas y su responsabilidad para crear y ocuparse del ciudadano lector. En la ciudad hacen falta periodistas que orienten, que expresen lo que piensan, que creen opinión, y que se enfrenten al oscurantismo secular. Que no sólo lean periódicos, sino que se sumerjan en la ‘enciclopedia’ de cada momento, como hicieran Diderot y los suyos, penetrando sin miedo, en el saber y en la subjetividad de la época. Antes de que los medios se pongan al servicio del gran zoco, los vecinos ilustrados necesitan periodistas a quienes se espera cada mañana en su columna, en su opinión. Porque puede que un día, sólo resten consumidores, y ya no queden lectores.

Y sin lectores, no habrá prensa.


1 comentario:

Miguel A. Paniagua dijo...

Gran artículo Fernando. Me ha gustado tu argumentación.
Otra circunstancia que se vive en el periodismo actual, es que son negocios, son empresas que tienen que presentar resultados, que tienen que vender publicidad y que impide la crítica a aquellos que la pagan. Los periodistas, con unos sueldos bastantes bajos y unos contratos basura en muchos casos, deben doblegarse a los requerimientos de sus empresas.
Para luchar contra esta censura empresarial los periodistas utilizan algunas armas que no desvelaré yo aquí. Hay esperanza.