jueves, 10 de mayo de 2007

Tragedia y trauma




Tras lo trágico aparece lo traumático. Tragedia y trauma se dan la mano ineludiblemente. No es de extrañar entonces que la tragedia que hemos vivido los palentinos en general, y muy especialmente quienes más cerca han estado del hecho en sí, sea a su vez el comienzo de una cierta experiencia traumática para todos, y muy especialmente para quienes están más íntimamente relacionados.

A su vez, muchos otros vecinos, han sentido revivir sus respectivas tragedias acaecidas en otros momentos de su vida y en diversos escenarios. Muy singularmente aquellos que tras la tragedia no han podido desinstalarse del trauma vivido y éste se ha perpetuado con fijeza en su vida.

Es sorprendente que no se sepa reconocer que un hecho traumático tiene su recorrido, y su lógica. Digo que es sorprendente, porque uno de los peligros que se corren es permanecer fijados al trauma, esto es, perpetuar en el tiempo el hecho traumático sin visos de pasar página. Hay quien queda así. Y que eso suceda es debido, en buena parte, a las primeras reacciones, a las primeras lecturas de la tragedia. Por ello, los primeros momentos, tras la tragedia, es importante el tratamiento que se le dé al fenómeno. Sobre todo, si no se intenta tapar, esconder, evitar el dolor y el sufrimiento, tratando demasiado rápido de apresurarse a llenar el vacío que se observa o tratando demasiado rápido de huir del horror. Una de las peores, pero más actuales formas de llenar tal vacío, es la píldora, las diversas píldoras que persiguen el adormecimiento, el olvido rápido. A la larga, sus efectos de retorno recuerdan el refrán: “pan para hoy….”

Siempre se ha dicho que tras una tragedia es fundamental acompañar al sujeto que la acaba de sufrir. Lo que pongo en cuestión es el tipo de compañía, la titulación universitaria, de quien se apresta a auxiliar al traumatizado. He discutido estos días con colegas y amigos lo importante de no dejarse impresionar muy rápido por las titulaciones universitarias, pues el saber universitario y los diplomas no me parece que sean determinantes a la hora de seleccionar a las personas más aptas para ayudar a las personas que sufren una tragedia en las primeras horas, en los primeros momentos. Después, acepto que quizá sea decisiva la ayuda profesional para no permanecer sine die en el recuerdo traumático y sus secuelas. Pero la compañía más óptima para los primeros momentos de apoyo a quien acaba de sufrir una tragedia es aquella compañía que es capaz de ‘tener buenas tragaderas’ o ‘buen estómago’ o si se quiere, una fortaleza personal estimable.

El apoyo que minutos después de la tragedia de la calle Gaspar Arroyo han prestado algunas personas como las monjitas del convento, el Obispo Munilla, varios héroes anónimos y los vecinos más jóvenes de los alrededores, es paradigmático de lo que trato de mostrar.

Tras la tragedia, las posibles salidas del encuentro traumático son tan variadas como sujetos lo han sufrido, pero se han categorizado algunas que se suelen dar: recurrir a Ideales grupales formando comunidades en torno al hecho trágico, recurrir a figuras de autoridad o saber que fabriquen sentido, identificarse a las víctimas sin serlo, sostener deseos de venganza, imaginarse conspiraciones y versiones de todo tipo, consagrarse a causas marcadas por el signo del Ideal, o pretender testimoniar permanentemente acerca de lo vivido sin hallar un límite, un corte.

Todas esas fórmulas son maneras de tratar el horror, incluso bienintencionadas. Pero no evitan ni los fenómenos de repetición traumática, que se reactualizan cuando cualquier situación evoca analógica o metafóricamente la tragedia y el trauma vivido, o en el sueño, en el sobresalto o bajo fenómenos como la rumiación constante, la evocación continua. Pero sobre todo no evitan la subjetividad puesta en juego, es decir, la singular manera que cada sujeto tiene de vivir las cosas, las tragedias, los encuentros traumáticos. Es justamente el meollo de la cuestión, lo que hay que ayudar a mostrar.

Estos días he recordado una conferencia que escuché en Madrid tras el testimonio de personas que estaban ayudando tras el 11-M. El conferenciante, un psicoanalista francés, argumentaba contra la idea de que todo lo que no es programable se convierta en trauma. Y es que en nuestras sociedades, cada día más avanzadas técnicamente, se hace más y más insoportable el acontecimiento traumático, ante la idea de que siempre se puede evitar, programando el mundo y a los hombres, sus procesos de relación, es decir, maquinizando al hombre como si fuera un ordenador exacto y previsible. No vamos a avanzar mucho en el camino de descubrir la lógica de las respuestas traumáticas si no comprendemos que nuestra época nos va a deparar cada vez más una imposibilidad para aceptar las contingencias, lo no previsible, cuando todo vecino sabe que siempre habrá acontecimientos imprevistos. Que nos deparan la faz humana más auténtica.

©DIARIO PALENTINO, jueves 10 de mayo de 2007

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