lunes, 12 de febrero de 2007

Retrato del pedigüeño



Retrato del pedigüeño


Resulta muy aleccionadora la figura del pedigüeño. Establecer una lista de pedigüeños no resulta especialmente complicado para cualquier vecino, pues todo el mundo se ha topado alguna vez en su vida con alguno. Y hay refranes, los cuales de seguro Gonzalo Ortega, periodista de esta casa, sabrá encontrar y nos dará las lecciones pertinentes. Pero lo que nos proponemos es desenmascarar los mecanismos que dan consistencia al que se pasa la vida pidiendo.

Sabemos que si se da algo al pedigüeño, eso no le va a calmar, sino que va a aumentar su sed de establecer nuevas demandas. Se diría que no se satisface tan rápido el deseo y así aparecen nuevas variantes a lo pedido, nuevas diversificaciones, usos distintos para lo que se pide. Incluso se sabe de la capacidad del pedigüeño para disfrazar lo que pide, para enmascararlo y así hacer creer a su Otro, sea el que sea, que los pedidos son nuevos y diferentes cada vez. También se puede cambiar de Otro a quien se pide, aunque se puede encontrar la rejilla simbólica idéntica de los diferentes Otros que han ido apareciendo en la vida del pedigüeño y que han sido presa de él. Y no sólo el habitual pardillo, o el oblativo de turno cuyo lema, ‘todo para el Otro’, le sirve para sostenerse en la vida, sino también el habitual incauto de la caridad que desconoce sus retornos agresivos. Hoy, el hombre político, deseoso de dar a los vecinos todo lo que piden, es presa fácil para el pedigüeño, infiltrado como suele estar en las asociaciones y colectivos más variopintos, a la cabeza de toda exigencia social.

Hay pedigüeños muy sutiles, que buscan sofisticados Otros, para dar rienda suelta a su versatilidad. Y pedigüeños familiares, siempre el mismo, quien para efectuar sus demandas escoge siempre la misma figura de Otro, a quien esquilma. Y pedigüeñas y pedigüeños en el interior de la pareja conyugal que comienzan formulando pedidos en el noviazgo y finalizan la vida intentando obtener siempre lo imposible de su partenaire.

Una de las consecuencias más paradójicas de la acción del pedigüeño consiste en la ingratitud, en enfadarse con el que da, con quien atiende sus demandas. Lo que vuelve al demandado en figura a odiar, para mayor incomprensibilidad de este Otro, que no entiende nada: ¡encima de que le doy, me paga así!, se suele decir. El pedigüeño, quien sabe muy bien que lo que demanda es en el fondo un objeto imposible, pues conoce que todo es semblante, tiene una lógica coherente: se sostiene en el pedir perpetuo, acto en el que encuentra su placer per se, y que comienza cuando trama en su imaginación la película previa.

Entonces la ingratitud del pedigüeño aparece como el auténtico instrumento para poner fin al circuito infernal en que podemos caer si le damos algo al pedigüeño. Las demandas se actualizarán, se camuflarán, se movilizarán, pero seguirán sine die, con nuevos argumentos en cada ocasión, si no sabemos ponernos el elegante traje de la negación a sus demandas, o mejor de la confusión. Ya lo decía el astuto Nixon, si no les puedes vencer, confúndeles.

Confundir al pedigüeño, no entender lo que pide, no darle lo mismo que nos solicita, hacer oídos sordos a sus demandas, aplazar la entrega de lo pedido, requerir nuevos argumentos, todo ello puede servir de contraataque, la mejor defensa frente al pedigüeño, hasta que dice basta. Todo menos darle lo que pide.

Pedirle al pedigüeño puede ser nuestra salvación, pero no nuestra garantía.

©Diario Palentino, publicado el 23 de noviembre de 2006.

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