lunes, 19 de febrero de 2007

Deseo de reconocimiento





Es muy habitual escuchar a los vecinos expresiones relativas a su deseo de ser reconocidos. De que su trabajo sea reconocido, de que se le reconozca su valor, sus éxitos, su virtud. ¡‘Busca reconocimiento’! ¿‘Cuándo van a reconocer su valía’? ‘El reconocimiento le llega tarde’. En ello vemos un anhelo de que los otros reconozcan al vecino. Pues bien, nada más tramposo que buscar el reconocimiento de los otros.

Al igual que en las inhibiciones, donde la trampa la hallamos en la captura narcisista que impide ‘salir al escenario’ sin que tiemblen las piernas, aceptar ser mirado, así, en la búsqueda de reconocimiento por parte de los semejantes, se circula por un lugar lleno de obstáculos dado que se ha de aceptar ser un objeto para el otro, se ha de aceptar la degradación de ser considerado un objeto al que se reconoce, se ha de aceptar ser objeto de reconocimiento. Se podría decir que ‘allí donde soy reconocido no soy sino un objeto’.

Esta trampa se conoce. Pese a ello, escapar de ella tiene otro problema añadido. La identidad se construye precisamente a partir del reconocimiento de un Otro. ¿Cómo sostenerse en la vida social en una identidad definida sin transitar por la búsqueda de reconocimiento?

En las grandes ciudades esta búsqueda es intensa, y así, un escritor tituló una de sus novelas, La noche en que llegué al Café Gijón. O se dirá, se ha ido a triunfar a Madrid, o se decía, ‘se ha ido a ‘hacer las Américas’.

Pero en las pequeñas poblaciones donde se suele acuñar la frase: ‘Aquí nos conocemos todos’, el reconocimiento se hace cuesta arriba. Nadie está dispuesto a permitir el avance del otro, salvo con la pérdida subsiguiente. Por eso la única vía de obtención del reconocimiento para un soriano, un palentino o alguien de Foldada o Saldaña es la diáspora. Esto es, triunfar fuera del terruño. De esa forma el Alcalde de turno elegirá para reconocer, para distinguir, para premiar, a alguien que ha sido reconocido por otros de afuera: ‘con valía suficientemente contrastada en el exterior’, ‘que pasea el nombre de Palencia por todos los confines’, y a continuación se impondrá su nombre a alguna instalación, a alguna calle, o se le pedirá un pregón en fiestas o algo parecido.

Desde siempre la sabiduría popular acuñó el dicho de que nadie es profeta en su tierra, queriendo mostrar con ello lo imposible del reconocimiento en la tierra natal. Pero es injusto.

Pese a ello, el vecino ilustrado sabe que no hay más medallas que la íntima satisfacción del deber cumplido.

©DIARIO PALENTINO, publicado el 21 de septiembre de 2006, columna VECINOS ILUSTRADOS.

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