jueves, 4 de enero de 2007

Reciclar regalos

Reciclar regalos

Comencemos el año 2007 de esta columna, dedicada desde hace años a glosar los quehaceres de los palentinos ilustrados y de las vicisitudes de los tiempos que nos toca vivir, con una referencia a los regalos, semana ésta propicia. En el New York Times apareció el mes pasado una noticia sorprendente: más de la mitad de los estadounidenses reciclan regalos. Es decir, reciben regalos y a su vez esos mismos regalos son enviados a otros; esa es la técnica del reciclaje de moda, el re-regalo.

La queja que expresaba la periodista americana es que hay recicladores que no se molestan en verificar lo que envían, que no comprueban los pequeños detalles, como esos descuidados que dejan un reguero de huellas de sus aventuras amorosas. Y así, narraba la periodista, junto al regalo reciclado se encuentra a veces una tarjeta de un acontecimiento anterior, destino del regalo en otra ocasión, que delata al emisor, antaño receptor. El reciclaje aquí encuentra su peor lado, en la perspectiva de anulación del regalo como signo de amor, para pasar a cumplir la función de trámite, de mercancía, de uso obligado y ritual. Porque cuando se hace un regalo, en realidad lo de menos es el valor material, lo que se trata de reconocer es ese signo de que se nos entrega una pizca de amor, sabiendo que el amor es dar lo que no se tiene. Y además, al hacer un regalo se suele esperar el reconocimiento de que se ha comprendido el mensaje: algo, del lado del receptor del regalo, aparece como amable, y ese vacío parece querer llenar el objeto-regalo.

Reciclar regalos con desidia, entonces, no es sino agredir. Lo que ayer fuera lubina fresca, hoy huele a podrido. Y es que tarde o temprano se descubre al reciclador. Veremos aparecer estas modas por estos lares. O quizá ya han llegado.

Pero, de suyo, hay una variante antigua del reciclaje de regalos. Consiste ésta en entregar a otro, avisándole, el regalo que un día alguien nos hizo. Proclamado previamente, el gesto explica el poder simbólico del regalo. El don transciende, en suma, al objeto real, que se convierte en un resto a la vez que en un mensaje.

Reciclar regalos no es sino desconocer la dimensión del regalo como sustituto de un objeto perdido, que sobrevive en nuevos envoltorios. Es lo que decía aquel vecino ilustrado, estudiante palentino del colegio escolapio de San Isidoro, de Palencia, allá en los comienzos del XX, Ramón Gómez de la Serna: «Yo ya tengo siete plumas estilográficas en funciones; pero he tenido más, que se me han perdido, me las han quitado o se me han muerto». Él las llamaba plumas supervivientes. Su expresión nos ayuda a entender esta nuestra búsqueda constante de ese oscuro objeto del deseo, cómo buscamos un objeto que no termina de aparecer y que se halla ‘perdido’ en las profundidades de la infancia ‘perdida’.

En la víspera de la gran noche para los niños, ante la constatación anual de la existencia de la infancia perpetua, es difícil olvidar que un día fuimos niños, y por ello aún conservamos la posibilidad de entender el regalo como un signo de amor y no de opulencia. Si seguimos regalando y esperando regalos es porque seguimos con deseos, y eso es buena señal, porque aún seguimos buscando algo perdido. Gómez de la Serna, lo expresa muy bien en una de sus greguerías: “Cuando por los altavoces anuncian que se ha perdido un niño, siempre pienso que ese niño soy yo”.

©Diario Palentino. VECINOS ILUSTRADOS. Publicado el 4 de enero de 2007.

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