martes, 2 de enero de 2007

JUAN ESPINOSA



Juan Espinosa


Ya tenía escrito el artículo de esta semana para esta columna, Aguafiestas, pero he conocido a Juan Espinosa, un vecino de Palencia. Estarán de acuerdo conmigo y con Thomas Alba Edison en que hay un 1% de inspiración, y un 99% de transpiración, de suerte que cuando acude una idea o existe un encuentro inolvidable conviene escribir para no olvidar. Estaba realizando un trámite en una oficina municipal y se sentó a mi lado un señor mayor. Comenzamos a hablar, y me espetó: tengo 86 años. Parecía un joven por su vitalidad al hablar. Se lo dije, y de buenas a primeras, me dijo que había estado en campos de concentración.

Después de haber leído al Premio Nobel Imre Kertész, todo lo relativo a los campos de concentración despierta curiosidad. Si se siguen los discursos de las asociaciones de recuperación de la memoria histórica, o si se ha leído Soldados de Salamina, es difícil sustraerse a la tentación de escuchar los relatos de quienes vivieron esos episodios. Sobre todo saber que sus testimonios de una época convulsa, de sus vicisitudes se van a perder. Al parecer muchos jóvenes se están interesando por conocer estos relatos de viva voz de sus abuelos. Hace poco una estudiante de bachillerato palentina escribía una carta al director de una gran periódico y se lamentaba de la escasa información que recibían de la historia de España en el siglo XX. Hay como la idea de que hay cosas que es mejor olvidar. Esto es un grave error y un imposible. Un imposible porque olvidar no se puede, no hay técnicas para olvidar, hay técnicas para memorizar, pero la memoria es caprichosa y a veces no suelta prenda. Un grave error porque lo inolvidable es evocado a propósito de cualquier pequeño signo.

Fue mi pregunta curiosa de vecino a vecino en la oficina municipal lo que ha hecho que Juan Espinosa me haya contado su historia en un café cercano y de paseo por la calle Mayor, en unos minutos, para mí inolvidables. Le he pedido a Juan poder hablar de su historia en un artículo y me ha entregado unas piezas de oro que deseo compartir con los lectores de Diario Palentino.

«Las mujeres a veces, tienen cierta influencia cerca del marido». Esta es la frase de Juan Espinosa. Es la frase que justifica que esté vivo. Juan Espinosa estaba condenado a muerte; estuvo seis meses condenado a muerte. En ese lapso de tiempo, su padre murió de pena y de las calamidades de la España de la posguerra. Un 31 de enero de 1942 temió que a él como a otros muchos le había llegado el final. Pero a Juan, huérfano de madre a los cuatro años, le quedaba su hermana, entonces una chica joven de 18 años, a quien su sufrimiento y pesar le dio fuerzas una noche para acercarse a la casa de vacaciones de un pueblo santanderino cercano donde vivía un influyente coronel por el que pasaban muchos expedientes. La mujer del coronel le recibe en la noche, le invita a café, le escucha la historia de su hermano, y entre mujeres discurre, como suele ocurrir, una corriente de sensatez y acuerdan salvar a Juan. Su pena fue conmutada y pasó entre los 19 y los 32 años en diversos penales, hasta que fue liberado un 19 de marzo de 1950. ¿Qué sintió ese día? «Nada especial, todos nosotros éramos muy serenos, estábamos muy familiarizados con la serenidad».

Esta frase, conmovedora, hace de Juan Espinosa un símbolo de lo que es un vecino ilustrado presto a ser leído por nuestros jóvenes. Fiel a sus ideas socialistas desde muy joven, su serenidad hoy, a los 86 años, apabulla de tal modo que sería un desperdicio que los testimonios de nuestros mayores se evaporaran sin que los bachilleres tomaran nota de la historias que vivieron.

Industrial en Palencia, venido desde Cantabria, lechero desde los años sesenta en nuestra ciudad, Juan Espinosa es un vecino que nunca había contado su historia con la profundidad con que lo hizo esa mañana de diciembre de 2004 a otro vecino con quien coincidió casualmente en las oficinas del agua. En su campo de concentración no había agua, y también había colas una y otra vez como Imre Kertész ha reflejado en sus novelas.

Cuentan los que están estudiando estos asuntos que cuando una persona mayor cuenta por vez primera su historia, -recordemos alguna escena de la película Soldados de Salamina-, sienten un gran alivio y la sensación de que han cumplido con su deber. Contar la historia a un conocido, a amigos, como había hecho hasta ahora Juan no era suficiente. Contar la historia a un desconocido, en realidad es contársela a todos, es decir, contársela a un Otro invisible, símbolo de todo el cuerpo social, que así puede acogerla sin el barniz del secretismo, sin el añadido de la inconsciente culpa, con la bandera de la lealtad a la historia y a su memoria.

Entre nuestros vecinos tenemos a muchos Juan Espinosa, sólo resta saber si los bachilleres están dispuestos a escucharles. Y tomar nota. Está bien leer la Ética de Spinoza en la asignatura de filosofía. Hoy aprendimos en la Calle Mayor, la Ética de Juan Espinosa, un llamado a la serenidad.


©DIARIO PALENTINO. Columna de VECINOS ILUSTRADOS, publicado el 2 de diciembre de 2004.

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