Aburrimiento
El adolescente que durante un día entero contempla una rosa
mientras guarda un carnero en un prado, en Marrakech, sin llegar a aburrirse,
ni siquiera a imaginar lo que es el aburrimiento, desmiente a Leopardi, a cuyo
pastor el tedio asalta mientras yace ocioso. Introducir
el afecto del aburrimiento con esa fórmula de adolescente contemplativo de Los
pensamientos del té (Guido Ceronetti) indicaría que saber aburrirse con
elegancia es un arte, una disciplina fértil.
La palabra aburrimiento aparece
en inglés (boredom) en 1750, pero en la literatura en 1852 con Dickens
y su Casa desolada, en expresiones como “muriendo de aburrimiento, “la
enfermedad del aburrimiento”, “el dragón del aburrimiento”. Es verdad que hoy
se oye mucho lo de “aburrimiento mortal”.
Freud no habló de aburrimiento,
simplemente trabajaba en la vertiginosa Viena de 1900. Séneca escribió del
hastío de las riquezas, Montaigne del hastío que causa la saciedad, y Lacan, de
“palco reservado al aburrimiento del Otro”, marcando esa maniobra del sujeto obsesivo,
quien enmudece a su Otro y lo sienta a cronometrar sus hazañas, pero sobre todo
construyó una barroca serie lógica: “el deseo, el hastío, el enclaustramiento,
la rebeldía, la oración, la vigilia…, el pánico”. Todo ello apunta a invocar a
un otro lugar, al del sujeto del inconsciente, siempre residente afuera.
El aburrimiento en la escuela, (Moncada) puso de manifiesto lo poco que había cambiado la
fisonomía de un aula colegial, sentenciando en el exordio que el aburrimiento
en la escuela preparaba para el aburrimiento en el trabajo. ¿Pero qué tiene de
malo aburrirse?
Bien. Pues en el actual
confinamiento, la queja del “me aburro” resuena en su esplendor. Denota que predominan
las vidas exteriores, el empuje a vivir vidas ajenas, y se frecuenta menos la
vida interior, el placer de la conversación interior, el amor por el juego de
la imaginación, el pensar libre y la desbordante fantasía. A mayor geografía
interior menos tedio y menos exigencia de dis-tracciones, entre-tenimientos,
mata-ratos.
Como al adolescente de Ceronetti,
una rosa bien contemplada espera.
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