Nada por nadie
Estar advertidos de que nadie hace nada por nadie, no
quiere decir que no tengamos que hacer todo lo posible por ayudar al de al
lado. Esa advertencia proviene de las experiencias de nuestra vida, algunas muy
amargas, cuando hemos constatado no sin dolor que cada uno va a lo suyo.
Y también, en algunos casos ese estar advertidos de que
nadie hace nada por nadie es fruto de la experiencia analítica, cuando un
analizante experimentado, tras años de diván, comprende que su goce siempre
está comprometido en su aparente filantropía, que su altruismo tiene línea
directa con su egoísmo.
Las ventajas de estar advertido son muchas, pero
sobresale por encima de todas el hecho de evitarnos muchos disgustos, no
necesitamos llevarnos mal rato con las supuestas fallas e inconsistencias de
los otros, agobiándonos porque no están a la altura de lo que esperamos de
ellos. Y no esperar demasiado de nadie quiere decir que tampoco debemos esperar
demasiado de nosotros mismos, pues exigir al frágil ser humano un
desprendimiento de sí amplio, y una cercanía a los ideales (¡el peso de los
ideales!) parece un imperativo inalcanzable y malsano.
No estar advertidos de como se las gasta el ser humano,
de su virtuosismo para hacer creer a los otros que lo que hace es porque quiere
su bien, tiene varios inconvenientes que hacen irrespirable la vida social: la
queja de que los otros no están a la altura, y la subsiguiente moralización de
lo que hacen o deben hacer, lo que conlleva al circuito cerrado de la
culpabilización y el castigo, y no a la responsabilización y a la conversación
política.
Nadie hace nada por nadie es muy bien recibido por las
personas mayores, aunque suelen decir a renglón seguido que “hay excepciones”.
Y que nadie hace nada por nadie es algo que no deberíamos poner como concepto
delante de los niños. Ellos saben mejor que nadie que “quien no llora no mama”,
o de que las “mañas de bebé” les han ido otorgando ventaja frente a su Otro
materno, incluso han percibido las ventajas de ser un pequeño tirano camuflado
de seductor sonriente.
Anclarse en el cinismo de no hacer
nada por nadie bajo la excusa de que es eso justamente lo que hace todo el
mundo no es muy original. Como esas palabras de María Zambrano, (“hay que
servir y conocer, no hay que querer ser nada”), quizás sea suficiente con no
dañar al de al lado, con respetar sus silencios, con resaltar sus encantos y no
mirar demasiado sus miserias, con verificar sus contradicciones, con no imitar
su locura.
DIARIO PALENTINO, 15 de octubre de 2015
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