Presentación del libro Curavacas y
Espigüete. Hitos alpinos de la montaña palentina, de Tente Lagunilla.
León. Casa Botines. 9 de abril de 2019.
Lo que me ha quitado
Fernando Martín Aduriz
Es el exordio del libro, la dedicatoria: “La montaña me lo ha dado todo,
pero también me ha quitado…Dedicado a lo que me ha quitado”. La montaña da. Y
quita. Si da y quita, me ha interesado preguntar quién es exactamente ese
sujeto llamado la montaña, ese sujeto abstracto, ese concepto.
Estas semanas ha saltado por fin la noticia procedente de la ciencia:
“La física cuántica demuestra que cada persona tiene su propia realidad”. Esa
era la hipótesis de trabajo de la filosofía, de Schopenhauer, desde El mundo como voluntad y representación. Pero
en mi campo como psicoanalista la partida de Freud es la misma, existe otra
realidad, la realidad psíquica. En una palabra la realidad no existe. Es duro reconocer que no vemos ni percibimos
ni imaginamos ni nos representamos lo mismo, tendemos a creer que todos vemos
lo evidente. Finalmente me parece que nos hace mejores, más humanos, reconocer
que no podemos entendernos sino penetramos en el diccionario particular de cada
uno de nosotros, allí donde están definidas las cosas tal como las vemos, las percibimos,
las sentimos, nos las representamos.
La montaña puede entonces definirse a partir de esas múltiples
definiciones que cada uno de nosotros puede dar a partir de cómo ha vivido,
amado o sufrido la montaña. Puede la montaña ser la pareja, el partenaire, esa
amiga con la que se rivaliza, puede ser el reto, puede ser el icono de la
belleza, de la cambiante naturaleza, la metáfora de la vida que nos sorprende
con una contingencia cada día, que se vuelve hostil con el mensaje del dios
Eolo, y a la vez amable y nos encandila. La montaña puede ser nuestro
psicoanalista a quienes nos acercamos cuando necesitamos estar solos con
nuestro pensar, y con nuestros decires, o gritos, (¿por qué tantos necesitan
gritar cuando están en la montaña?).
Eso puede ser alguna de las posibles definiciones de la montaña.
¿Qué puede haber quitado la montaña a Tente Lagunilla? Qué puede ser que
haya dedicado este libro a eso que la montaña le ha quitado. Lo primero que
parece evidente son esos amigos y camaradas que nos dejaron, que la montaña
rugiente, devoradora, cambiante en segundos absorbió para sus entrañas.
Seguramente también la montaña quitó fuerzas, años, ilusiones a Tente. Y
también tonterías, la montaña pone firmes, devuelve la verdad de nuestros
límites, acepta retos imposibles. Es a veces como un rival al que tratamos de
echar un pulso estéril, pues quizá el auténtico reto es con uno mismo.
Pero dando por cierto que la montaña quita amigos, fuerzas,
infatuaciones y soberbias, quizá también quite algo mucho menos evidente. Paso
a paso la montaña nos sustrae no sólo lo que tenemos, tarea sencilla. Propongo
pensar que lo que la montaña nos sustrae, lo que la montaña nos quita es esa
idea de que tenemos. En realidad no somos un cuerpo sino que tenemos un cuerpo.
Pero este tener se pone a prueba en la montaña, allí donde medimos sus límites,
sus contornos, lo que un cuerpo puede llegar a hacer, para constatar que ese
cuerpo finalmente no es de nuestra propiedad, que va por libre, que sigue en
pie, o escalando sin saber su propietario de dónde saca sus fuerzas, quién lo
impulsa, cómo se transforma, se mimetiza, se adapta a lo inadaptable, soporta
lo insoportable.
Entonces, de igual modo que en el amor solemnemente afirmamos que un
cuerpo no nos pertenece, sino que es propiedad de quien es capaz despertarlo,
de sacarle de su quietud, de hacerlo radiante, cuando estaba apagado. Si en el
amor el cuerpo pertenece al amante, otro tanto podemos decir de lo que la
montaña puede hacer con un cuerpo, cómo puede tomar de él incluso aquello que
jamás pensamos iba a aparecer superando tal obstáculo.
La montaña quita mucha tontería, y ese desinflar nuestro ego, ese
bajarnos a la realidad de nuestros límites, a la par que la montaña es
espectadora de primera fila de esfuerzos heroicos, de hazañas inhumanas, ese
curarnos de la enfermedad de nuestro amor propio, ese privarnos de lo absoluto
trae lo mejor.
Acaso por ello los montañeros forman una extraña comunidad, un buen
rollo especial, lleno de un humor y un amor a la vida muy intenso, una
comunidad que se ocupa de marginar a los narcisos que se acercan, para quedarse
finalmente con gentes humildes.
Gentes que saben de que su cuerpo ha sido sometido por la montaña a la
prueba de su verdad, a la eterna verdad de que puede darnos mucho a condición
de saber que puede quitárnoslo todo.
Este libro que hoy presentamos en León quizá sea la demostración de que
está escrito para testimoniar de esto mismo, que hay dos montañas en Palencia,
muy amigas de leoneses que las han recorrido con frecuencia, que han sido
testigos mudos de ese dar y quitar. Y también que su autor, uno de los mejores
alpinistas de nuestro país, reconocido y querido, un auténtico experto, es además
alguien que ha leído el dar y quitar de la montaña lo suficiente como para
poder escribir este libro, homenaje a la Montaña palentina, y sorprendente
relato de la historia de la relación entre muchos montañeros y dos montañas.
Una muestra del amor que un montañero puede llegar a tener por la
montaña. Hay que leerlo, releerlo, y tenerlo a mano, pues es también guía. Una
autista dirá “busco un guía que me siga”. Genial paradoja. Quizá eso sea un
sherpa, un guía que nos sigue. Quizá eso sea un montañero que escribe, un guía
que nos habla. O un guía que ha aceptado las enseñanzas de la montaña. Gracias,
y paso la palabra al autor, Tente Lagunilla.
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