miércoles, 10 de abril de 2019

Curavacas y Espigüete. Libro presentado en León.


Presentación del libro Curavacas y Espigüete. Hitos alpinos de la montaña palentina, de Tente Lagunilla.
León. Casa Botines. 9 de abril de 2019.



Lo que me ha quitado
Fernando Martín Aduriz


Es el exordio del libro, la dedicatoria: “La montaña me lo ha dado todo, pero también me ha quitado…Dedicado a lo que me ha quitado”. La montaña da. Y quita. Si da y quita, me ha interesado preguntar quién es exactamente ese sujeto llamado la montaña, ese sujeto abstracto, ese concepto.
Estas semanas ha saltado por fin la noticia procedente de la ciencia: “La física cuántica demuestra que cada persona tiene su propia realidad”. Esa era la hipótesis de trabajo de la filosofía, de Schopenhauer, desde El mundo como voluntad y representación. Pero en mi campo como psicoanalista la partida de Freud es la misma, existe otra realidad, la realidad psíquica. En una palabra la realidad no existe. Es duro reconocer que no vemos ni percibimos ni imaginamos ni nos representamos lo mismo, tendemos a creer que todos vemos lo evidente. Finalmente me parece que nos hace mejores, más humanos, reconocer que no podemos entendernos sino penetramos en el diccionario particular de cada uno de nosotros, allí donde están definidas las cosas tal como las vemos, las percibimos, las sentimos, nos las representamos.
La montaña puede entonces definirse a partir de esas múltiples definiciones que cada uno de nosotros puede dar a partir de cómo ha vivido, amado o sufrido la montaña. Puede la montaña ser la pareja, el partenaire, esa amiga con la que se rivaliza, puede ser el reto, puede ser el icono de la belleza, de la cambiante naturaleza, la metáfora de la vida que nos sorprende con una contingencia cada día, que se vuelve hostil con el mensaje del dios Eolo, y a la vez amable y nos encandila. La montaña puede ser nuestro psicoanalista a quienes nos acercamos cuando necesitamos estar solos con nuestro pensar, y con nuestros decires, o gritos, (¿por qué tantos necesitan gritar cuando están en la montaña?).
Eso puede ser alguna de las posibles definiciones de la montaña.
¿Qué puede haber quitado la montaña a Tente Lagunilla? Qué puede ser que haya dedicado este libro a eso que la montaña le ha quitado. Lo primero que parece evidente son esos amigos y camaradas que nos dejaron, que la montaña rugiente, devoradora, cambiante en segundos absorbió para sus entrañas. Seguramente también la montaña quitó fuerzas, años, ilusiones a Tente. Y también tonterías, la montaña pone firmes, devuelve la verdad de nuestros límites, acepta retos imposibles. Es a veces como un rival al que tratamos de echar un pulso estéril, pues quizá el auténtico reto es con uno mismo.
Pero dando por cierto que la montaña quita amigos, fuerzas, infatuaciones y soberbias, quizá también quite algo mucho menos evidente. Paso a paso la montaña nos sustrae no sólo lo que tenemos, tarea sencilla. Propongo pensar que lo que la montaña nos sustrae, lo que la montaña nos quita es esa idea de que tenemos. En realidad no somos un cuerpo sino que tenemos un cuerpo. Pero este tener se pone a prueba en la montaña, allí donde medimos sus límites, sus contornos, lo que un cuerpo puede llegar a hacer, para constatar que ese cuerpo finalmente no es de nuestra propiedad, que va por libre, que sigue en pie, o escalando sin saber su propietario de dónde saca sus fuerzas, quién lo impulsa, cómo se transforma, se mimetiza, se adapta a lo inadaptable, soporta lo insoportable.
Entonces, de igual modo que en el amor solemnemente afirmamos que un cuerpo no nos pertenece, sino que es propiedad de quien es capaz despertarlo, de sacarle de su quietud, de hacerlo radiante, cuando estaba apagado. Si en el amor el cuerpo pertenece al amante, otro tanto podemos decir de lo que la montaña puede hacer con un cuerpo, cómo puede tomar de él incluso aquello que jamás pensamos iba a aparecer superando tal obstáculo.
La montaña quita mucha tontería, y ese desinflar nuestro ego, ese bajarnos a la realidad de nuestros límites, a la par que la montaña es espectadora de primera fila de esfuerzos heroicos, de hazañas inhumanas, ese curarnos de la enfermedad de nuestro amor propio, ese privarnos de lo absoluto trae lo mejor.
Acaso por ello los montañeros forman una extraña comunidad, un buen rollo especial, lleno de un humor y un amor a la vida muy intenso, una comunidad que se ocupa de marginar a los narcisos que se acercan, para quedarse finalmente con gentes humildes.
Gentes que saben de que su cuerpo ha sido sometido por la montaña a la prueba de su verdad, a la eterna verdad de que puede darnos mucho a condición de saber que puede quitárnoslo todo.
Este libro que hoy presentamos en León quizá sea la demostración de que está escrito para testimoniar de esto mismo, que hay dos montañas en Palencia, muy amigas de leoneses que las han recorrido con frecuencia, que han sido testigos mudos de ese dar y quitar. Y también que su autor, uno de los mejores alpinistas de nuestro país, reconocido y querido, un auténtico experto, es además alguien que ha leído el dar y quitar de la montaña lo suficiente como para poder escribir este libro, homenaje a la Montaña palentina, y sorprendente relato de la historia de la relación entre muchos montañeros y dos montañas.
Una muestra del amor que un montañero puede llegar a tener por la montaña. Hay que leerlo, releerlo, y tenerlo a mano, pues es también guía. Una autista dirá “busco un guía que me siga”. Genial paradoja. Quizá eso sea un sherpa, un guía que nos sigue. Quizá eso sea un montañero que escribe, un guía que nos habla. O un guía que ha aceptado las enseñanzas de la montaña. Gracias, y paso la palabra al autor, Tente Lagunilla.






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