Ha quedado en el argot popular el término neuras como fiel reflejo de un retrato
psicológico. De la historia de la psicopatología, donde el término neurosis
tenía su raigambre, hasta nuestros días donde para describir algunas de las
cosas que nos suceden las nombramos como tal.
La imposibilidad de concluir algunas cosas,
las reiteradas intranquilidades en determinadas situaciones, el agobio ante un acontecimiento
temido, los circuitos repetitivos para efectuar determinadas acciones, las
quejas ante la espera, las “comidas
de tarro”…en fin
toda una serie de fenómenos los conocemos como eso, como neuras que nos han entrado, y que nos acompañan toda la vida,
siendo a veces muy intensas e insoportables para el propio sujeto o para sus
cercanos.
Y así, ser muy neuras va quedando como fiel expresión de un perfil, el de quien
toma muchas precauciones, se muestra incapaz de ceder el control, tiene sus
rabietas periódicas, sus enfurruñamientos, y ha de seguir un laberinto muy
preciso para encontrar una salida a su propio desvarío. Con todo, lo peor es
cuando invaden el pensamiento, y esa
rumiación permanente impide la acción, el dormir, el lazo social normal, y
nuestro neuras vive en su amor por su
cogito, dando y dando vueltas sin más
propósito que el de gozar de pensar y repensar sin solución.
Incluido el loco ( algunos para evitar la
gran caída se sostienen a duras penas en una cohorte defensiva repleta de
repeticiones, manías, costumbres exóticas, extravagancias varias), nadie está
libre de vivir un racimo de pequeñas neuras.
Incluso pavonearse de no tener ninguna, y vacilar de ser normal, es quizá la neura más sofisticada, muy cara para los delirantes del todo va bien, y el yo soy muy normal.
Con todo y con eso, aún lo peor de lo peor
es cuando varios neuras se juntan.
Entonces“les da la
venada”. Y la
arman.
No hay comentarios:
Publicar un comentario