jueves, 15 de octubre de 2015

Nada por nadie

Nada por nadie

Estar advertidos de que nadie hace nada por nadie, no quiere decir que no tengamos que hacer todo lo posible por ayudar al de al lado. Esa advertencia proviene de las experiencias de nuestra vida, algunas muy amargas, cuando hemos constatado no sin dolor que cada uno va a lo suyo. 
Y también, en algunos casos ese estar advertidos de que nadie hace nada por nadie es fruto de la experiencia analítica, cuando un analizante experimentado, tras años de diván, comprende que su goce siempre está comprometido en su aparente filantropía, que su altruismo tiene línea directa con su egoísmo. 
Las ventajas de estar advertido son muchas, pero sobresale por encima de todas el hecho de evitarnos muchos disgustos, no necesitamos llevarnos mal rato con las supuestas fallas e inconsistencias de los otros, agobiándonos porque no están a la altura de lo que esperamos de ellos. Y no esperar demasiado de nadie quiere decir que tampoco debemos esperar demasiado de nosotros mismos, pues exigir al frágil ser humano un desprendimiento de sí amplio, y una cercanía a los ideales (¡el peso de los ideales!) parece un imperativo inalcanzable y malsano.
No estar advertidos de como se las gasta el ser humano, de su virtuosismo para hacer creer a los otros que lo que hace es porque quiere su bien, tiene varios inconvenientes que hacen irrespirable la vida social: la queja de que los otros no están a la altura, y la subsiguiente moralización de lo que hacen o deben hacer, lo que conlleva al circuito cerrado de la culpabilización y el castigo, y no a la responsabilización y a la conversación política.
Nadie hace nada por nadie es muy bien recibido por las personas mayores, aunque suelen decir a renglón seguido que “hay excepciones”. Y que nadie hace nada por nadie es algo que no deberíamos poner como concepto delante de los niños. Ellos saben mejor que nadie que “quien no llora no mama”, o de que las “mañas de bebé” les han ido otorgando ventaja frente a su Otro materno, incluso han percibido las ventajas de ser un pequeño tirano camuflado de seductor sonriente.
Anclarse en el cinismo de no hacer nada por nadie bajo la excusa de que es eso justamente lo que hace todo el mundo no es muy original. Como esas palabras de María Zambrano, (“hay que servir y conocer, no hay que querer ser nada”), quizás sea suficiente con no dañar al de al lado, con respetar sus silencios, con resaltar sus encantos y no mirar demasiado sus miserias, con verificar sus contradicciones, con no imitar su locura. 

DIARIO PALENTINO, 15 de octubre de 2015

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