Una
figura, la del entrometido, que recorre los siglos, la literatura, la vida
social, pero que goza de una nueva actualidad con la proliferación
de la ideología de la vigilancia y mediante la función
de mirada de las redes sociales.
Sabemos
lo entrañable
que es para determinados sujetos pretender ocupar todos los lugares, estar en
todos los guisos, olisquear lo que hacen unos y otros, así como permanecer
siempre al tanto de sus vidas y hazañas. No tendría nada de malo si no fuera por lo molesto que les resulta a
las gentes tener que convivir a diario con el metomentodo.
Su
desagradable compañía tiene un modelo ejemplar en cada familia, y pocas son las
que no refieren tener en su seno a un metomentodo de cabecera, generalmente
personificado en la figura de esas madres, suegras, padres y suegros que fiscalizan, evalúan,
juzgan, opinan y clasifican.
No
te metas en mis cosas, déjame en paz, prefiero equivocarme solo, son lamentos
diarios para muchos jóvenes pero que no sirven de mucho, su recorrido eficaz es tan corto como la pastilla para la ansiedad,
ineficaz decirle nada al entremetido pues para él o ella las cosas de otros
son cosas suyas. De hecho para las autoridades gubernativas de casi todos los
tiempos, regentadas por sujetos decididamente obsesivos y controladores, lo que
hacemos los ciudadanos es cosa suya, y la vida para ellos lejos de ser vivida
sin más
justificaciones, es algo que ha de ser reglamentada, inspeccionada,
fotografiada, vigilada, multada o premiada, y a la postre juzgada.
Meterte
donde no te llaman tiene un límite claro, pero ocurre que en Facebook por ejemplo,
escribir algo comporta dar permiso a los amigos para meterse donde sí que los llamamos,
pues toda la red social es un llamado universal a entrometerse unos en las
opiniones y actividades de los otros, a mirar adónde se viaja, qué se lee, las
opiniones políticas, las
futboleras o los gustos culinarios.
Nunca
antes en la historia se ha podido llegar a conocer tanto de los quehaceres de
unos y de otros, y al instante. Esto ayuda mucho a la construcción
de un gran zoco de metomentodos, pues captaron rápido que allí habría
carnaza. Son felices suponiendo que acceden a la vida de sus semejantes. No
saben que lo más íntimo permanece ignoto incluso para cada uno.
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