Unamuno se quejaba de que no había
público, que había intelectuales pero nadie los escuchaba. Hoy existe una
importante opinión pública ilustrada, pero coincido con quienes creen
lamentable que de la opinión pública se haya apoderado la voz de los dueños y
de sus subrogados, y que las otras veces que se oponen al discurso del amo
moderno no contengan argumentación sino eslóganes.
Ahora hay público, pero el tempo ha cambiado.
Javier Marías dice que los
intelectuales ya hablan, y que no está de acuerdo con Muñoz Molina cuando dice
que únicamente El Roto ha estado a la
altura de lo que se espera de un intelectual en estos años, y lo ha hecho a
través de sus viñetas. Algunos han
hablado, por ejemplo, John Ralston
Saul, el canadiense que anticipó en 2005 el colapso, y que está proponiendo
medidas para rescatar a los ciudadanos desahuciados y no a los bancos, pues
argumenta que eso hará que la deuda siga creciendo. Mejor, dice, otorgar una
parte del dinero directamente a los hipotecados.
Pero
la cuestión no es si hablan o callan. La cuestión es que han cambiado los
medios de llegar al gran público. Permanece el cine, la buena novela, la
poesía, las vanguardias creadoras, pero eso requiere tiempo de espera. Y hoy,
nadie espera.
Los
intelectuales no han sido, en los bautizados años del despiste, auténticas
figuras de prestigio, más bien los jóvenes aspiraban a imitar a los audaces
hombres de negocios llamados de la ‘cultura del pelotazo’, a los futbolistas
millonarios y a los que conseguían trabajos estables y ‘para toda la vida’. Una
cultura del ocio generalizado se imponía. En esos años de despiste no se oían
las voces de los intelectuales asustados por esa deriva de los ‘ni ni’ que se
veía venir, ni se leían demasiadas columnas repletas de héroes intelectuales.
Quizá ahora eso cambie y se tome conciencia de que sin científicos, sin
lecturas, sin gentes del pensamiento el futuro va a ser muy plano. La función
del escritor, del poeta, del creador de opinión, del artista, del comunicador,
del profesor, no debe ser aislarse de su tiempo, ni vivir cultivando su jardín,
ni habitar torres de marfil. Ni mucho menos rehusar los instrumentos actuales.
El
silencio de los intelectuales lo interpreto como el efecto de la gran
desorientación, de la que tampoco pueden escapar. En realidad, callan porque
nadie acierta a intuir por dónde van a ir las cosas. Saben, sabemos, que no
habrá modelos estándar, salidas homogéneas, relatos sólidos, pensamiento único.
Publicado en DIARIO PALENTINO el jueves 21 de marzo de 2013
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