Encontré la feliz
expresión 'desanimado anonimato interior' en un libro sobre la personalidad y
el síntoma. Viene a cuento de ese monólogo aburrido y mortecino que demasidas
veces mantenemos con nosotros mismos, o si se quiere circularmente entre el yo
y el yo.
Desanimado porque
no despliega demasiada alegría, ni demasiada solidaridad ni deseos de lazo
social, ni el respeto debido a los otros, al contrario, más bien contiene las
'incansables astucias del amor propio' que diría La Rochefoucauld.
Anonimato porque
realmente no se sabe quién es el auténtico responsable de tanto empecinamiento,
de dónde viene ese monólogo ensordecedor, ese empecinamiento en ese run-run
agotador, lo que la gente llama 'darle vueltas'. ¡Y tanto!
Interior porque
siendo 'soliloquium', hablar en solitario, no se efectúa en voz alta, como en
una representación teatral, sino siempre bajo la forma de la rumiación. El gran
rumiador, la gran rumiadora, constituyen un peligro para la convivencia y el
encuentro social, amantes como son de sus propios pensamientos hasta el punto
de que se olvidan de ser, simplemente piensan. Laberínticamente.
Ese teatrillo
interior demuestra que permanecemos demasiado tiempo hablándonos a nosotros
mismos como si en realidad habláramos a otro. He ahí la confusión. Un teatro
donde no dejamos entrar a nadie.
En resumidas
cuentas todo esto nos lleva a la idea de lo difícil que se nos presenta la
tarea de abrirnos al mundo, que aceptemos dejar de dormir, que espabilemos, que
salgamos de su aburrido soliloquio silencioso, que dejemos de darle vueltas y nos
apresentemos a hacer algo por los otros, que dejemos en paz el ombligo y nos
acerquemos a indagar de verdad sobre la lógica de las formaciones del
inconsciente y que aceptemos la división subjetiva. Que rectifiquemos cediendo
amor propio, amor a los recuerdos, a las nostalgias, a las hazañas, a los
logros, cediendo esos amores para poder aportar algo nuevo, algo mejor, algo
por los otros, en una tarea de rectificación subjetiva para la que se precisa
no sólo el coraje de salir de la cárcel personal que es el amor propio y el
amor a los propios pensamientos.
Para salir de la cárcel
privada que es el culto al yo, el culto a la personalidad, la
adoración al cuerpo, del éxito a toda costa, hay que aceptar el fracaso, que es
tanto como aceptar el paso del tiempo. Y aceptar tener un nombre en el exterior,
saliendo del anonimato interior.Publicado en DIARIO PALENTINO, el jueves 29 de noviembre de 2012.
1 comentario:
Hay gente señor Fernando que encuentra la salida a ese monólogo con su discurso, es el caso de los esquizotímicos, otros con la acción, como los normópatas y otros con la filosofía y la ciencia, como los tendentes a globalizar, los paranoides, y muchos casos más, lo que no podemos es dejar del todo ese monólogo interior si con él se refiere al discurso interno, al hablarse acompañado, aceptarse a uno mismo es aceptar la división del yo, y dar en esa división espacio a la parte más básica, la individual, sin dejar la colectiva, pero dándole la inercia del deseo, que nace de la primera.
Un saludo desde València
Vicent Adsuara i Rollan
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