miércoles, 3 de septiembre de 2008

La aventura de viajar


 

Se adorne como se adorne, viajar permite, por encima de todo, la deslocalización subjetiva. No hay otra. Amanecer en un lugar desconocido nos permite ser otros para nosotros mismos, desconocer quienes somos en unos instantes mágicos de desconcierto, descubrir que podemos perdernos, o si se quiere, escaparnos. Pero la escapada siempre es ficticia, porque por más que queramos alejarnos de nosotros mismos, que es de quienes tratamos de huir, no lo conseguimos, afortunadamente.

No escapamos para dejar de ver a nuestros vecinos, sino a nosotros mismos, pero eso sí, siempre volvemos. Y para regresar siempre al mismo punto. Nadie va más allá de su propio síntoma. O si se quiere, lo que nos causa malestar, lo que insiste, lo que se repite lo hace con otra música cuando viajamos, pero la letra es reconocida.

Por eso cuando se dice desconectar, “me voy unos días para desconectar”, o escaparse, “¡tómese una escapada!”, o irse muy pero que muy lejos, “al fin del mundo”, en realidad la aventura de viajar es un imposible: siempre se vuelve.

Todo esto viene a cuento de la fecha en que nos encontramos: primeros de septiembre, en plena “rentrée”, como dice la expresión francesa, en plena resaca de las vacaciones, y porque para finalizar este viaje particular de este verano 2008 en la páginas del Palentino, hablando cada semana de un libro diferente, he leído de un tirón el libro de Javier Reverte, La aventura de viajar.

Periodista y corresponsal, Reverte rememora tanto sus viajes en cruceros de lujo como sus aventuras africanas –ya dejó constancia en El sueño de África-, sus años de corresponsal de guerra o sus viajes acompañando a presidentes de gobierno y a los Reyes.  

Ahora, nada como cuando escribe acerca de sus primeros viajes de niño, viajes en autobús para ir de excursión a la sierra madrileña, cuando la chavalería se pegaba por ponerse en la fila del final, las canciones subsiguientes, los enfados del conductor y las averías. Porque los primeros viajes marcan. Si el vecino ilustrado se pregunta por su primer viaje desde Palencia, la primera vez que vio el mar, o su primer viaje largo en tren o avión verá que permanece grabado en su memoria semántica asociado a algún sentido, -olores, sabores…- y a un perfume de nostalgia.

Por ello, el autor de La aventura de viajar dice que muchos viajamos «necesitados de que nuestros sentidos se comuniquen con nuestras nostalgias». Y remacha: «Porque en ocasiones se tiene nostalgia de lo que no se conoce». Efectivamente. De igual forma que todo objeto que perseguimos es un objeto perdido, todo viaje tiene ese halo de nostalgia. Reverte viajaba tras sus lecturas, sea al Dublín de Joyce, al Congo de Conrad o a la Habana de Hemingway, para buscar algo de lo perdido en sus lecturas.

Y el vecino ilustrado sabe que bien porque viajemos al mismo lugar al que fueron alguno de nuestros amigos o familiares, bien porque viajemos al lugar en el que estuvimos en nuestra infancia, bien porque sigamos una ruta clásica o literaria, incluso bien porque viajemos con itinerario a improvisar, en todos esos casos podemos hallar la huella de la nostalgia más que la de la aventura.

Si rememoro un primer viaje me encuentro en el tren secundario que unía Palencia con Villarramiel, de la mano de mi abuela Josefa, y del que mi amigo Benja Ibañez me contó una vez cómo hizo de extra en una película del Oeste. Ahí tienen todos los ingredientes: la infancia recuperada, la abuela entrañable, y la ficción posterior. Y la lentitud de un tren, metáfora de nuestra tierra, que nunca debió ser desmantelado y que hoy sería una grandiosa atracción turística. Un tren-burra que creo fue vendido a un país norteafricano. Lo ven, la supuesta aventura de viajar al norte de Africa recubriría la verdad de ese hipotético viaje: la búsqueda de los vagones, de la abuela, y por qué no, a mi amigo disparando a los indios en Tierra de Campos. En una ocasión mi inconsciente me traicionó perpetrando un magnífico acto fallido en la marroquí Casablanca, hube de tenerle allí y sólo allí para operar un giro en mi vida. Y así.

Realmente viajar más que una aventura es una asignatura que nunca aprobamos del todo y de la que nos tenemos que examinar cada cierto tiempo. Es la apuesta por deslocalizarnos subjetivamente, por despistarnos de nosotros mismos, por burlar nuestra propia vigilancia. 

No hay comentarios: