jueves, 19 de junio de 2008

Sobre El Arte de Matar


Una columna de un escritor y creo que Académico de la Lengua llamado Muñoz Molina vuelve a excitarme. Esta vez titula su artículo “Arte de matar”. En él se dedica a denostar a los taurinos, a los intelectuales que admiran a José Tomás y a un país que le aburre. Pero una lectura atenta nos da una pista sabrosa. Se trata de un artículo dedicado a zanjar cuentas pendientes con su propio padre. De suerte que el arte de matar al padre encuentra en la sutileza del escritor su paroxismo. Deberían copiarle quienes son vulgares en ese arte de ir contra el padre hasta verle muerto, o dicho de otro modo, no parar de compararse con él, de intentar superarle como único motivo vital, de desafiarle constantemente, de echarle pulsos, de hundir sus empresas, de renegar de su legado…Es decir, de no parecer superar nunca ese complejo paterno, y aplazar sine die la superación de los mismos.

«Imaginaría, con razón, que mi desinterés en los toros era otro signo de mi discordia inexplicable hacia las cosas que a él más le gustaban», Molina dixit. ¿Discordia inexplicable? Ni hablar. Se explica incluso ahora, que sigue necesitando confrontarse con los deseos paternos, cual sombra que no le deja de acompañar.

Silvia Tendlarz me acaba de enviar desde Buenos Aires su nuevo libro, ¿A quién mata el asesino?, de sugerente título, y que pronto podré comentar en esta columna. Pero en la Introducción, “Las vestiduras del crimen”, ya se anuncia el programa del interesante texto: los crímenes tienen diferentes ropajes. Por eso en cuanto leí el artículo de marras, donde se ven frases monumentales destinadas a desprestigiar la fiesta de los toros en base a las vivencias de su padre, por ejemplo cuando acierta a decir que «…raramente advertirían la brutalidad de un espectáculo sanguinario quienes la experimentaban a diario en sus propias vidas», cuando finalicé de leer este articulito publicado en el suplemento de libros de un diario supe que el escritor volvía a psicoanalizarse en público. Es decir, volvía a hacer lo que a falta de efectuarlo en la intimidad del consultorio al que no irá porque tiene el prejuicio de que afloja el sentimiento de culpabilidad y eso es malo para él. Muñoz Molina, el bedel del colegio palentino “Jorge Manrique” en la película Plenilunio, quiere culpables, quiere que la gente se sienta culpable. Por eso dice en su artículo que hemos de sentirnos culpables por ser tan innobles de no captar que en «el espectáculo de atormentar a un animal y de acabar con él» no sea en «ese instante de arte supremo que tanta emoción provoca entre los intelectuales de mi época, sino, como suele ocurrir, después de una repulsiva sucesión de torpes estocadas». Exacto, traduzcamos: su artículo no es sino una estocada filial más, ante la imposibilidad de haber efectuado a tiempo ese otro simbólico arte supremo.

Como el músico de Invierno en Lisboa, como Manuel en El jinete polaco, como Darman en Beltenebros como Minaya en Beatus Ille, los personajes literarios de sus novelas, que regresan siempre al punto de partida, el autor hace otro tanto de lo mismo. Ahora está en New York, pero aún insiste en recordar la escena en que fue con su padre a los seis o siete años a una corrida de toros, de lo que conserva un «recuerdo vago de aburrimiento y disgusto».

En realidad a Muñoz Molina lo que más le molesta es que «el único artista español digno de la atención del crítico estrella del New York Times sea el torero José Tomás». Pues, qué le vamos a hacer, Antonio, majo, ¡por algo será!

Respecto a su padre, que a su vez tenía el recuerdo imborrable de la cara de un amigo llorando al darle la noticia de la muerte de Manolete, comprende que «se conmoviera viendo una corrida de toros: ahora veo la foto de un torero en la primera página de los periódicos más serios, leo los ríos de prosa artístico-taurina que vuelven a derramarse, y siento vergüenza de mi país, y un aburrimiento sin límites».

En fin, he creído con esta columna seguir el consejo de Thomas de Quincey, quien en su excelente Del asesinato considerado como una de las bellas artes, considera que cuando un asesinato se encuentra en el tiempo paulo-post-futuro, es decir está por cometerse, y tengamos noticia de ello, tratémoslo moralmente.

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