viernes, 18 de abril de 2008

Vacíos




«Moriremos elegantes, vestidos a la última moda, vulgares, vacíos e idiotizados por dentro». Esta frase, entresacada de una entrevista al publicista de Milán, Oliviero Toscani, tiene su miga. El contexto son las vísperas de las elecciones italianas y su idea de que Italia es un país desaparecido en el que la precariedad de la inteligencia se ha hecho norma. Avisa de un riesgo cierto.

Italia está siendo el país paradigma de la elegancia y la moda. Su gusto por las formas es conocido. Su apuesta por el arte, por la belleza, no es de ahora. Pero en nuestro tiempo esto tiene otras derivaciones. Advertimos un riesgo cierto de que en medio del babel de las ideas, en medio de la modernidad líquida, de la fragmentación de los saberes y del fin de los macro relatos, se instale toda una certidumbre de que lo suyo es que los más jóvenes se dejen llevar por los oropeles y los velos exteriores sin preservar nada esencial y transcendente, nada interesante para el cuerpo social, sino sencillamente la afición por las máscaras que tapan el vacío de ideas y pensamiento.

La trampa del argumento del publicista, y ex fotógrafo de la firma Benetton, es creer que el gusto por la belleza exterior, el canto al juego del deseo y el erotismo, esencial para la vida humana y la felicidad, puede ser incompatible con la intelligentsia. Pues no es buena alternativa la figura de la intelectual sosa, o del sublimador de biblioteca, sin interés por el atractivo interpersonal, sin gusto por el imaginario deporte de la seducción, figuras ambas sin la generosidad de vestirse para el otro social, para el vecino de la ciudad, en la representación teatral que supone el encuentro en la ciudad y en la calle. Vivir de espaldas a ese trato con el otro a través de la mirada es desconocer los caminos del deseo y apostar por el aislamiento.

Bien es verdad que seguir la retrasmisión en directo de la vida de los que van a la última moda forma parte de un programa de decadencia moral, de apuesta por el vacío. Sin embargo, no es menos cierto que hay que cuidar las formas, como acto de generosidad con el otro, de igual modo que es preciso alimentar el pensamiento, como servicio al progreso de todos.

Montaigne, que amaba Roma y su cultura, nos dejó escrito que «el reconocimiento de la ignorancia es una de las más hermosas y seguras pruebas de juicio que encuentro», por lo que quizá deberíamos aceptar que hay una fuerte tendencia en nosotros a morir idiotas y a tratar de desconocer el mundo, y lo que es aún peor, desconocernos profundamente. Una muestra es este gusto por la moda, por el disfraz, por los trapos y las marcas, que trataría de enmascarar en muchos casos el vacío de pensamiento más absoluto de los/las maniquís que vemos pulular por nuestras calles.

No me resisto a citar de nuevo al publicista cuando finalizaba la entrevista de marras. Son palabras que hacen pensar y se las entrego como final de la columna de hoy: «No es posible refundar el país, porque la decadencia no es económica, es moral y se emite a todas horas por televisión. Hemos sido vencidos por la vulgaridad. Moriremos elegantes, vestidos a la última moda, vulgares, vacíos e idiotizados por dentro».


2 comentarios:

Anónimo dijo...

La filosofía triunfa con facilidad sobre las desventuras pasadas y futuras, pero las desventuras presentes triunfan sobre la filosofía.
Rochefoucauld

Anónimo dijo...

La filosofíatriunfa sobre las desventuras pasadas y futuras, pero las desventuras presentes triunfan sobre la filosofía.
Rochefoucauld