jueves, 13 de septiembre de 2007

Infortunios



Desde la cuna aprendemos a superar los infortunios que nos va presentando la vida. El infortunĭum es una segunda piel, la certeza de que tarde o temprano tendremos algún tipo de encuentro con la fortuna adversa. Y cada uno se fabrica sus defensas, sus teorías sobre lo que va viviendo, sus explicaciones. Lo que es más complicado de simbolizar es cuando el infortunio se ceba en alguien con su visita constante, consecutivo, sin tregua. Es este infortunio pertinaz el que nos llama la atención hoy.

Porque todo el mundo entiende que el anverso del dicho chino, “todos tenemos nuestro minuto de buena suerte” es posible, es decir, todos tenemos nuestro minuto de muy mala suerte. El problema es cuando en vez de un minuto sucede que es una hora, una semana, un año, varios años de hechos o acontecimientos desgraciados.

La sabiduría popular ha hecho circular frases que dan cuenta de este fenómeno, “si pongo un circo me crecen los enanos”, y Herodoto ya advirtió que “de todos los infortunios que afligen a la humanidad, el más amargo es que hemos de tener conciencia de mucho y control de nada”. Asimismo se dice que el desdichado suele atraer sobre sí toda clase de infortunios y ello dio nacimiento a la leyenda del gafe.

Pues bien, lo cierto es que no podemos encontrar ningún aliado serio, ninguna lógica formal, para justificar la existencia de razones consistentes que expliquen el infortunio persistente. Mientras que hemos de luchar denodadamente para impedir la deriva en toda suerte de supersticiones, magias, imaginerías diversas, fantasías desbordantes en que se refugian con frecuencia las personas que han sufrido una lluvia de infortunios.

Cuando el infortunio ha golpeado reiteradamente a un mismo sujeto o a un mismo grupo o colectivo, a veces, se torna muy costoso convencer de que sólo es mala suerte, y se entra en un delirio de imaginación que acaba fabricando una teoría que explique lo que está pasando, y ahí se escucha de todo, desde lo más simple, la apelación a la difusa y universal culpa y al “se lo tiene bien ganado” hasta teorías y formulaciones de lo más bizarro, conspiraciones y paranoias incluidas.

La apelación a los dioses siempre fue muy socorrida. Se cree en la diosa griega Tique y en sus designios, o en la diosa romana Fortuna o su aliada Ocasión, calva ella, y ello sirve para entregarse, tirar la toalla, y decidir no seguir navegando, entrando en un escepticismo que hace aún más vulnerable a la llegada de nuevos infortunios, cuando ha sido su propia responsabilidad subjetiva la que les ha llevado a esa nueva acumulación de desgracias, ahora ya mezcladas con el azar adverso de la tómbola de la vida. Por todo ello, lo que interesa, al fin y a la postre no es el infortunio en sí, no hay que dejarse impresionar por la magnitud del mismo o la persistencia inagotable, sino realmente lo decisivo es la respuesta subjetiva que cada sujeto da al infortunio nuestro de cada día o a la adversidad insistente y prolongada en el tiempo.

Hay que recordar que cada día tiene su afán, y que la adversidad no dura mil años, e incluso que una dosis de infortunio es buena para todos. Hoy especialmente los mayores aconsejan a los más jóvenes el encuentro con algún tipo de adversidad, de infortunio, si no han conocido nunca un contratiempo y acaban pensando que todo el monte es orégano.

Aristóteles ya enseñó que no hay tiempo sin cambio, por lo que no sirve aferrarse a la repetición y al confort constante, sino que más bien conviene estar inteligentemente abiertos a la llegada sorpresiva a nuestra vida del infortunio, de lo adverso.

Paco Umbral tuvo que escribir un libro para elaborar el duelo por la muerte de un hijo de siete años, Mortal y rosa, y allí da una hermosa definición del tiempo, que es a lo que se agarra quien sufre de algún infortunio, con la idea de que el tiempo todo lo cura. El tiempo es un caballo que llora como una máquina sentimental.

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