jueves, 1 de marzo de 2007

Impulsivos




Tras los héroes y los impostores, a quienes dedicamos las dos anteriores columnas, quién mejor que los impulsivos, para seguir dibujando la estela de nuestros vecinos. Los impulsivos serían esos sujetos que nunca piensan en las consecuencias de sus actos sino que actúan a golpes de impulso de su corazón, de su deseo, de su razón.

Hay un buen placer en no pensar. De hecho, no pensar es el estado natural de una amplia lista de sujetos. El pensamiento es enemigo visceral de la impulsividad, y su lentitud, su tortuosidad, lo tarde y mal que recompensa lo hacen odioso para muchos. Hasta el extremo de que se acostumbra a decir eso de: ¡no lo pienses!

Hay un buen placer en actuar de inmediato, en hacer lo primero que pasa por la cabeza. Ese placer tiene su recorrido. Nace en una edad muy peculiar, cuando el niño tiene que controlar sus impulsos y dominar sus actos reflejos, civilizar sus pulsiones, para contentar a los adultos que le rodean. Cuando se ha vivido intensamente el placer que proporciona la velocidad de respuesta, la acción inminente, cualquier recomendación de postergar los impulsos en nombre de la reflexión cae en saco roto.

Las consecuencias de las acciones de los impulsivos las sufren en primer lugar ellos mismos, pues no entienden, dicen, la lentitud de los otros en actuar, aunque tarde o temprano, acaban por reconocer que su actividad causa estragos, sobre todo cuando viven en directo los retornos de su falta de control y reflexión.

Pero también estos sujetos son temidos en su entorno por su acción relámpago. Si es en el circuito de la violencia, la concatenación de respuestas es desastrosa como todos sabemos. Pero si es en el circuito de la vida empresarial, el impulsivo es un auténtico dolor de cabeza para directivos, para trabajadores y desde luego para compañeros de profesión.

Y qué decir en la vida familiar, cuando las más elementales súplicas han sido desoídas. Incluso suelen ser motivo de separación, como se sabe, pues su partenaire suele acabar harto de sus enloquecedoras acciones.

Cómo parar al impulsivo es una buena pregunta, cuya respuesta la ha de encontrar cada quien en la soledad de su cogitación, con la ayuda de alguien que le muestre la fuente y la causa de esa su manera impulsiva de conducirse por la vida, o bien con el irremediable paso del tiempo que por lo general suele serenar, atenuar. Y desgastar.

Porque no hay nada como el desgaste de la acción para abrir las puertas de la reflexión. Suelen encontrarse vecinos ilustrados que encuentran el arma de su vida cuando llega la madurez y la edad tardía, la serenidad, -la Gelassenheit que tanto inculcó Heidegger cuando aconsejaba el despliegue sereno frente a la invasión de la técnica-.

Ocurre que en nuestra época, la figura del impulsivo ha encontrado un buen aliado. Se trata de la rapidez de los cambios, de la Vida líquida, de la imposibilidad de la espera. Aguardar, aguantarse, pasar por unos filtros, analizar varios puntos de vista, contenerse, no son ejercicios que gocen de buena prensa. Los viajes de hoy, gustan al impulsivo, pues han perdido duración. No son viajes lentos, en donde se ve el paisaje, se escucha al vecino de compartimento, se cuentan cosas, se piensa en lo que va a venir. Son “escapadas”, en donde a la velocidad del rayo se está al otro lado del planeta, para, se dice, aprovechar mejor los días. ¿Es que no se pueden aprovechar en el propio viaje?

Esperar ha pasado a mejor vida, por eso, el impulsivo está encantado en que la vida social vaya configurando un modo de actividad semejante al suyo, y no dedique mucho tiempo a pensar. Por eso, sólo cuando molesta mucho, cuando se extralimita, es objeto de reprimenda, el resto del tiempo está mimetizado con el paisaje: se confunde con el buen ejecutivo y el buen ciudadano que produce rápido, consume a buen ritmo, y no se detiene a pensar, sólo lo imprescindible y correcto.

Para otra ocasión hablaremos del impulsivo encantador, ese que no se tiene demasiado en cuenta, y sabe reírse de sí mismo con soltura, pero hoy no es el caso.

©DIARIO PALENTINO, publicado el 1 de marzo de 2007.

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