Gamoneda
La
satisfacción que se obtiene cuando se conoce a un escritor al que se ha leído
con fruición, se me ocurre comparable a la que en nuestra vida recibimos cuando
nos reencontramos con un ser querido al que hace mucho tiempo que no vemos, un íntimo
desconocido, alguien que sabemos quién era, pero aún no sabemos quién es. Eso
mismo me pasó el domingo cuando pude conocer al poeta Antonio Gamoneda.
Junto
a Jesús Morchón, (psiquiatra y poético director del emblemático Psiquiátrico de
la ciudad leonesa) entrevisté para una Revista de psicoanálisis a un poeta muy laureado
(Premio Cervantes) pero que no le ha hecho perder su gran objetivo: “a mí lo que me interesa es mi poesía”.
Un joven octogenario (joven por su expresión deseante: “tengo tantas cosas que hacer”) que nos arreó una lección dominical
de sabiduría de la que aún me estoy tratando de reponer. O quizás ya nunca
pueda.
Cuando
se escucha de un poeta que “San Juan de la Cruz decía de la experiencia mística
y por tanto, a mi juicio, de la experiencia poética, que era un no saber
sabiendo” se puede estar seguro de
que eso va a ser difícil volverlo a oír de nuevo de los labios de alguien. Un
poeta que no sólo escribe, sino que logra envolverte con el registro magnético
de su voz. La poesía de Gamoneda, ahora lo sé, es indisociable de él mismo, de
su musicalidad al hablar, de su concentrarse en las respuestas, incluso
cerrando los ojos, del embeleso que produce en el interlocutor al narrar una
historia.
Hubo
momentos en que la magia de su decir apareció en el relato de historias. Como
soy el director de Análisis, la
revista donde se van a publicar, me autorizo a adelantar una al lector de Diario Palentino.
Al
preguntarle “¿Qué no se olvida”?, contó la historia de un poeta cuyo enunciado “lo mejor del recuerdo es el olvido, justificaría una vida poética”. Y a
continuación evocó: “Para colaborar con
un compositor asturiano estuve estudiando bable, y me di cuenta de que sabía
más bable del que pensaba. Lo sabía pero no sabía que lo sabía. Conservaba centenares
de palabras de mi madre que de muy niño me hablaba en castellano, pero que cuando
bromeaba me hablaba en bable…recuerdo y olvido”.
Por mi parte, lo inolvidable van a ser estas horas junto a Morchón
escuchando a un poeta inmenso. Tan grande como su autobiográfico libro Un armario lleno de sombra. Claro que,
ahí narra cómo aprendió a leer: mediante un libro de poesía que había escrito
su padre.
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