El pasado no es lo que era
Algunos argumentan
mucho estos días en las Redes, eso de que el pasado es el pasado, y de que
todos tenemos pasado, y de que no importa el pasado de nadie, descalificando de
paso a quien rebusca en el pasado de alguien las claves para entenderlo mejor
en el presente.
Si esta tesis
triunfara, ganarían mucho quienes desde el positivismo y el conductismo, huyen
de interesarse por el pasado, centrándose en los comportamientos e ideas
presentes, sin importar la historia subjetiva por escuchar. Lleva mucho tiempo,
dicen, y ellos no disponen de tiempo. Pero si esa tesis, ¡nada de remover el
pasado!, triunfara, también ganarían mucho los impostores, es decir, quienes se
fabrican constantemente nuevas biografías, nuevas coartadas para ser siempre el
desconocido de la siguiente ciudad. Tal cual ese aserto de Baltasar Gracián,
“cada día tiene su afán”, frase de frontispicio para un banquero, Botín, para
justificar razones de negocio, claro.
Hace un tiempo me
envió un amigo, escritor y columnista avezado, su último libro, Hacia dónde va el pasado. Manuel Cruz hacía
referencia a que el pasado no es estático, no existe eso de “el pasado es el
pasado”, sino que es cambiante en función de nuevas informaciones. Es lo mismo
que acontece a lo largo de un psicoanálisis, cuando se van modificando los
recuerdos a medida que se van desempolvando de nuestros archivos secretos.
Pues bien, claro que
importa el pasado. Máxime si nos disponemos a confiar en alguien para cualquier
empresa o proyecto. ¿El lector se embarcaría en algo con Luis Roldán o con
Urdangarín? ¿Se montaría en un avión pilotado con alguien idéntico al piloto de
Germanwings? ¿Confiaría sus ahorros al estafador Pepe el
del Popular? ¿Irían mañana otra vez a contratar una ristra de
preferentes? ¿Confiarían en alguien que dice llamarse de una manera, aunque en
realidad se llama de otra? El proverbio ya advierte de que "el mentiroso
ha de tener buena memoria", y Borges: "Sólo una cosa no hay, el
olvido".
Ocurre que solemos
dar un margen de confianza cuando conocemos a alguien. ¡Un margen! Los más
confiados, como es mi caso, una ración amplia, pero porque entendemos que no se
puede construir un vínculo con desconfianza, y porque detestamos al
desconfiado: calcula en beneficio propio siempre. El listo desconfiado,
ventajista donde los haya, acaba riéndose del pobre confiado, pero, ¿acaso
nunca confió en nadie? El problema es que, en quien no confía, es en sí mismo.
En una palabra, que
desentenderse del propio pasado es sospechoso. Y hoy, absurdo. Es cuestión de
tiempo. Y de Google.
DIARIO PALENTINO. 21 de enero de 2015
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