Curiositas
Haré una vez más el elogio de las cosas
que no sirven para nada. Y lo haré por mis lecturas de estos días, por
supuesto, pero también porque conviene luchar frente a esa extendida opinión
que nos rodea que dice que hay que estudiar cosas prácticas, que hay que
perseguir el éxito económico, que hay que adaptar a la realidad (sin
cuestionarla, dicen). En una palabra porque al vivir bajo la tiranía del
beneficio, todo lo que no sea la búsqueda del beneficio se considera pérdida de
tiempo.
Primero vinieron a por lo que llamaban
lenguas muertas, la cultura clásica, y ahora vienen a por la música. Se trata
de que la Escuela aparque “las marías”, y considere un adorno la literatura, el
arte, la poesía. Que el Instituto privilegie saberes prácticos para la lucha
económica, la competitividad, la inserción en los mercados: ciencias
convertibles en monedas, en beneficios. Que la Universidad sólo contemple
estudios con utilidad económica, carreras que tengan salidas.
¿Salidas? Se dibuja una sociedad repleta
de tiburones financieros, incluso de homus
economicus, con la mirada fija en el objetivo a alcanzar. No se dibuja una
sociedad ilustrada, sino ignorante del beneficio que supone entusiasmarse con
una puesta de sol, con una buena novela, con un cuadro, con una conversación
inolvidable.
Esta obsesión por las ganancias que inunda
nuestra vida hoy, se inocula desde niños, y ya sólo estudian si tienen
exámenes, leen si se lo mandan, y se ríen abiertamente de la posibilidad de
saber más por la curiosidad y el placer de descubrir el mundo y sus
posibilidades: si han de hacer el esfuerzo lo harán por el triunfo del plan
conductista de recibir recompensa a cambio, aprendiendo así desde muy pequeños
la noción de refuerzo, gratificación, recompensa para después vivir cada día
bajo la égida de los vocablos economicistas que darán sentido a su trabajo: bonus, prima, porcentaje, plus, extras,
dividendos.
Pero las cosas que no sirven para nada son
las que nos otorgan paso a paso libertad de espíritu y libertad intelectual:
las conversaciones sin prisa con nuestros vecinos ilustrados, el alegre
anecdotario cotidiano de nuestros amigos, la contemplación de la belleza, el
conocer otras culturas, la inmersión en la lectura, el vivir entre música, el
amar cualquier forma de expresión artística.
Hay que recordar las palabras de
Hölderlin: “Pero lo que permanece, lo fundan los poetas”, y la advertencia de
Lorca acerca de lo imprudente de vivir “sin ese gramo de locura que todos
llevamos dentro”, y que se nutre de poesía. Y también de curiositas. Elogiemos la utilidad de lo inútil.
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